El problema catalán no tiene solución
Desde Cánovas a Aznar la derecha castellana ha querido persuadirse de que los catalanistas de la corriente mayoritaria eran en el fondo su viva imagen
Pese a lo que creen en Madrid, no están locos. Nunca lo han estado. Madrid piensa que están locos porque no los entiende. No los ha entendido nunca. Y no los ha entendido nunca porque le resulta imposible comprender que no sean iguales que ellos. Desde Cánovas hasta Aznar, la derecha castellana -o castellanizada- siempre ha querido persuadirse de que los catalanistas de la corriente canónica, la mayoritaria, eran en el fondo su viva imagen reflejada en la otra ribera del Ebro. Pero no lo son. Jamás lo han sido. Cambó, el padre de la criatura, pensaba como cualquier conservador peninsular medianamente ilustrado, sí. Pero no sentía como ellos. Al modo de Pujol, que no es ni más ni menos inmoral y corrupto que todos esos ladrones mesenterios que andan para arriba y para abajo con la pulserita rojigualda en la muñeca, pero que tampoco es como ellos.
La derecha, que siempre ha sabido que su única razón de ser es defender intereses, una lección que la izquierda ha tardado más de cien años en aprender, no está preparada para afrontar lo irracional. Y el nacionalismo catalán hegemónico es irracionalismo en estado químicamente puro. De ahí el muy escaso sentido que tiene seguir dividiéndolos a efectos taxonómicos en radicales y moderados. Repárese a ese respecto en los apellidos paternos de los candidatos de la CUP y la Esquerra en las autonómicas y generales del próximo 20 de noviembre. Los pretendidos radicales presentaron, entre otros, a un Antonio Baños, a un Fernández (o Fernàndez que tanto monta), a otro Antonio (Reyes) y a un Rufián (se dice así el que será número uno de ERC en la lista al Congreso).
Todos ellos charnegos convictos y confesos, amén de castellanohablantes en la intimidad. Una concesión onomástica y lingüística sencillamente inimaginable en el campo de los supuestos moderados. Inimaginable, sí. Al punto de que a lo largo de más de treinta y cinco años ininterrumpidos no ha habido ni un solo diputado electo en las listas de CDC que tuviese como lengua de origen en castellano. Ni uno. El hecho insólito de que esa genuina cleptocracia africana que apadrinaron los Pujol desde su primer día en el poder apenas les afecte electoralmente tiene mucho que ver con el velado carácter indigenista del movimiento político en que se inserta. A fin de cuentas, y pese a las toneladas de almíbar asimilacionista con que se sigue tapando la cuestión, la lengua continúa siendo la variable explicativa que determina la adscripción de los catalanes a uno u otro de los dos grandes bloques en que se han escindido tras el inicio del proceso. Y es que el problema no es que Cataluña sea una nación. El genuino problema, el de fondo, es que somos dos. Por eso, el asunto, nuestro asunto, nunca tendrá solución.
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