Colabora
Tomás Cuesta

El Divino Paciente

A lo tonto, entre una turbamulta de dimes y diretes, Artur Mas, el Astuto, le ha mesado las barbas a Mariano Rajoy, el Divino Paciente.

Mariano Rajoy, este martes en Moncloa | EFE

Cuarenta y ocho horas después de que en el Parlamento catalán rompieran con España a todos los efectos y se desenchufaran, otrosí, de todos los afectos, la gente del común que respeta las leyes, que satisface los impuestos y que le paga el sueldo a quienes, por-su-puesto, tienen la obligación de preservar la convivencia, aún se encuentra a la espera de que el señor Rajoy, más allá de escudarse en amagos retóricos y vaniloquios circunspectos, eche la pata alante y lidie a la alimaña en el centro del ruedo. El presidente, sin embargo, ni se apea del burro ni le acorta las riendas. Y si la cabalgadura, en este caso, es un "ruc català", un rucio cimarrón que muerde y que cocea, siempre podrá domarle dándole tiempo al tiempo y hasta un terrón de azúcar (a escondidillas, obviamente).

Lo que procede, al parecer, antes de administrar un escarmiento, es que los leguleyos determinen cuál es la raza, o la ralea, de esa jauría sediciosa que hunde sus colmillos en nuestros adentros. ¿Son galgos o son podencos? ¿Estamos ante un putsch atrabiliario y cervecero o ante un golpe de Estado de la cruz a la fecha? ¿Acaso lo irrisorio de la puesta en escena hace más soportable el desafuero? Anteayer no hubo tiros (ni largos, tan siquiera) en ese aquelarre bufo que se montó en la Ciutadella pero la gusanera patriótica disparató a mansalva, a espuertas, a voleo. Gastando, y ahí nos duele, la pólvora del Rey, gentilmente donada por el titular de Hacienda, cuando podían argüir que el legendario tres por ciento era, en realidad, el justiprecio del Gran Día, un modesto chispazo con que alumbrar la independencia. El caso es que a lo tonto, entre bromas y veras, entre una turbamulta de dimes y diretes, Artur Mas, el Astuto, le ha mesado las barbas a Mariano Rajoy, el Divino Paciente. Cuarenta y ocho horas después de una declaración liberticida, delirante y obscena; cuarenta y ocho horas después de una declaración que pone en jaque a la soberanía nacional y cruje a Cataluña por el eje; cuarenta y ocho horas después de que el cronómetro, tic-tac, le cortase las alas al minuto cero, el coso está que hierve aguardando a que el diestro no peque de siniestro y se raje de nuevo.

De Gaulle aconsejaba hacer de la necesidad virtud ("trouver l´opportunité dans la calamité", reza, en gabacho, la sentencia) cuando la historia exige, sin cortapisas ni eximentes, que se le plante cara a un espantajo histérico. Entonces, el problema dicta la solución, por no decir que ambos pasean del bracete. Si nadie en democracia ha conseguido conciliar la impunidad nacionalista con la legislación vigente, también es verdad que nadie lo tuvo tan a huevo. Sólo es preciso que Rajoy, el Divino Paciente, abjure de la abulia y, para variar, salga del burladero. ¡Ánimo, presidente, que el bicho es un becerro!                  

Temas

Ver los comentarios Ocultar los comentarios

Portada

Suscríbete a nuestro boletín diario