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Carolina Punset

Ya no se puede ser feminista

Ya no se puede ser feminista. En cuanto te descuidas, eres catalogada de radical "feminazi".

Ya no se puede ser feminista. En cuanto te descuidas, eres catalogada de radical "feminazi" y empieza a ser moneda corriente entre numerosas mujeres negar cualquier simpatía por ese movimiento. No deja de ser una ingratitud colosal para las que reivindicaron derechos básicos que hoy todas damos por sentados, como el voto femenino, la igualdad ante la ley, los derechos reproductivos o la libertad sexual, entre otros muchos.

Mujeres de gran prestigio social de todo tipo y condición han trabajado de distinta manera en pro de la causa. Desde la fascinante ecofeminista Petra Kelly hasta la abogada, política y superviviente del campo de concentración de Auschwitz Simone Veil. Como la propia Veil recordaría en su autobiografía, Une vie, fue la encargada de defender ante un duro estamento conservador la ley de interrupción del embarazo en Francia. El 5 de abril de 1971 redactó un texto para la revista Le Nouvel Observateur que reclamaba ese derecho y que suscribieron 343 mujeres. Escritoras, actrices, directores de cine… Catherine Deneuve, Françoise Sagan, Jeanne Moreau, Delphine Seyrig, Marguerite Duras, etc. Todas ellas se autoinculpaban declarando haber abortado mientras reclamaban el aborto libre. A raíz de un chiste de la revista satírica Charlie Hebdo, aquella proclama acabaría conociéndose como la de las 343 salopes ("343 zorras").

En los años 70, cuando las féminas en España ni siquiera podíamos ser titulares de una cuenta corriente en nuestro país, aún se podía ser feminista. Lo era incluso mi madre, que trabajó durante años en el ministerio codo con codo con muchas señoras de su entorno sociocultural. Aún tenía una halo de prestigio social pelear por lo obvio.

Y se consiguió en parte lo que buscaban. Se consiguió la igualdad formal. La ley del divorcio y tantas otras que garantizaban sobre el papel que hombres y mujeres somos iguales y tenemos los mismos derechos ante la ley. Muchos y muchas pensaron que eso bastaba, sin darse cuenta de que la igualdad formal y la igualdad real eran caminos paralelos que tardarían en cruzarse mucho tiempo. Si ya tenéis los derechos, ¿para qué seguís reivindicando?, pensaban muchos y muchas. La lucha feminista empezó a ser considerada a partir de entonces como una declaración de guerra de mujeres contra hombres. No se entendió que unas pocas décadas no podían revertir en un santiamén siglos de prejuicios y opresión patriarcal y que era necesario continuar defendiendo no solo la igualdad formal sino, sobre todo, la igualdad real.

Hoy seguimos sin tener los mismos salarios. No estamos representadas en los círculos de poder socioeconómico que dominan la sociedad, seguimos sufriendo todo tipo de discriminaciones, prejuicios sexistas y violencia machista. Pero muchas lo niegan y no nos queda ni siquiera el derecho al pataleo de la década de los 70 y 80.

Una gran parte de la sociedad niega incluso que exista violencia de género. Hablan de violencia contra las personas, como si las muertas no fueran mayoritariamente mujeres, el balance es demasiado desproporcionado, son de lejos las más desprotegidas. Dicen con razón que existen leyes injustas que han dejado en una situación desesperada a muchos hombres que se han visto en casos de divorcio, obligados a volver a casa de sus padres. Sin vivienda, sin custodia de los hijos, sin apenas dinero para sobrevivir.

Ni dudo ni niego que pueda haber excesos. Pero la solución no es negar los datos objetivos, ni desprestigiar un movimiento al que todos tendríamos que estar agradecidos. Nuestra meta debería ser corregir las injusticias que se hayan producido, y estimular a los hombres y las mujeres a cambiar y mejorar conjuntamente sus vidas.

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