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Cristina Losada

Colau y Carmena, la imagen del pueblo

Hagan lo que hagan Colau y Carmena, aunque gestionen mal e incluso desastrosamente, su popularidad no va a descender. No de momento.

EFE

La alcaldesa de Barcelona y, tras ella, la de Madrid cuentan con la aprobación de los ciudadanos de ambas ciudades, según el último sondeo del CIS. No es un aprobado espectacular, pero sí muy notable cuando se tiene en cuenta cómo se valora a los políticos en España en estos tiempos. Es decir, cómo de mal. Claro que una de las gracias de Ada Colau y de Manuela Carmena está en que no se las ve como a políticas, y menos aún como a miembros de esa especie tan denostada que es el político profesional. Aunque antes hicieron política de un modo o de otro, y porque la hicieron de un modo u otro están ahí, no se las encuadra en el estereotipo del político que "sólo ha pisado moqueta" y que está "lejos de la calle y de la vida real".

Esos tópicos, tan repetidos desde la crisis como reproche a los políticos, al punto de constituirlos en casta o elite extractiva, que es lo mismo que casta pero en más intelectual, están detrás del ascenso de Colau y Carmena, y del grado de popularidad que refleja la encuesta. Fue principalmente el viento populista, que azotó huracanado contra los privilegios, prebendas, sueldos, coches oficiales y moquetas de los políticos, el que las llevó en volandas a las poltronas, que en su caso serán sillitas corrientes y plegables. Y es el mismo viento, ya en forma de brisa cálida, el que las mantiene en la simpatía de quienes quieren, antes que nada, que un político sea "uno más": no alguien que se distinga, sino alguien que se parezca.

Yo no estoy en el detalle de la gestión de las dos alcaldesas, por aquello de que no vivo en ninguna de las ciudades que les han dado el bastón de mando. Pero cuando veo a la oposición, al menos la de Madrid, protestar continuamente por las erróneas, arbitrarias y malas decisiones del equipo de Carmena barrunto que toda esa lucha es en vano. Hagan lo que hagan Colau y Carmena, aunque gestionen mal e incluso desastrosamente, su popularidad no va a descender. No de momento, no durante un período que será más largo del que gustaría a la oposición. La razón es que ninguna de las dos fue elegida por su capacidad para gestionar. No se las eligió para gestionar, sino por ser como son: porque representan el tipo de político que demanda el populismo ambiental.

Y el populismo no es el pueblo, las clases populares como antes se decía, sino una imagen del pueblo. Una imagen que en ciertas circunstancias permite que gentes que no han visto a nadie del pueblo en su vida, y que si lo han visto no lo miran, como al camarero del restaurante, ponga a salvo su conciencia social votando por ella, por quienes la encarnan. Y hoy el chic radical, el concepto que acuñó Tom Wolfe para describir la promoción de causas radicales por gentes de la alta sociedad, está por la ausencia de chic. Nuestro populismo, en suma, quiere que llegue al poder el mercado: el de abastos, no el otro, ¡por Dios!

Es la imagen, en definitiva, lo que importa. Vestir muy sencillamente y no con modelitos, ir en metro (o eso dijeron) y no en la limusina, cocinar madalenas en casa en lugar de ir a Embassy o su equivalente barcelonés, tener pinta de hacer la compra en el súper del barrio y todo cuanto permite decir admirativamente: "Mira, es la alcaldesa y parece una vecina cualquiera". Es la idea, verdad o no, de la cercanía y la proximidad, de que aun siendo alcaldesa, es "como los demás". No alguien acostumbrado a codearse con la flor y nata, sino alguien que no sabe cómo se llama el presidente de El Corte Inglés y lo tutea cual si fuera su sobrino. Es el tono doméstico y familiar, y es la alcaldía de bata de casa y pantuflas. Mientras la oposición no entienda que esa imagen y ese tono son los puntales de Colau y Carmena, no tendrá nada que hacer.

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