¿Fuerte y unificada?
Tenemos un Gobierno débil que no se atreve a decir a los españoles lo que quiere para España y pide a un mandatario extranjero que sea él quien lo haga.
No hay cosa que irrite más que la cursilería y el papanatismo de quienes aplauden cualquier balido salido de la boca de Obama. Tenemos que tolerar que Cameron y Merkel digan lo que consideren oportuno sobre la secesión de Cataluña porque son representantes de dos países miembros de la Unión Europea y el supuesto les afecta. Pero Obama no debería opinar sobre lo que hagamos los españoles. Que Obama crea que España debe seguir siendo fuerte y estando unificada debería ser para nosotros irrelevante. Que exprese esa opinión en voz alta, insultante. Y que lo haga en presencia del rey de España, intolerable. España será lo que los españoles queramos que sea con independencia de lo que crea o diga Obama. Y, por más que nos pese a algunos, no es precisamente fuertes y unificados lo que hemos demostrado hasta ahora querer ser.
¿Cómo habría reaccionado el propio Obama, John Kerry y todo el Departamento de Estado si Felipe VI hubiera dicho en su discurso que los Estados Unidos de América deben seguir unificados y fuertes? Pues le habrían dicho que los Estados Unidos seguirán siendo lo que los estadounidenses quieran que sigan siendo al margen de lo que le parezca al rey de España. Por eso, el rey de España, educadamente, no se ha permitido expresar ninguna opinión acerca de lo que los Estados Unidos deban ser.
Ya sé que Obama no ha dicho eso porque se le haya ocurrido a él solo. Si así hubiera sido, el secretario de Estado le habría advertido de que esa clase de comentarios pueden ser interpretados como una injerencia en los asuntos internos de un país y no deben hacerse, mucho menos durante la visita oficial del jefe del Estado de ese país. Ya sé que lo ha dicho porque Rajoy, Margallo y Moragas se lo han pedido. Y Obama, en su soberbia, ha caído en la tentación de hacerlo. Se ha debido de dar cuenta de que nuestro presidente y nuestro ministro de Exteriores, y quién sabe si también nuestro rey, al que alguien debería haberle aconsejado no tolerar en su presencia tan flagrante injerencia, son incapaces de mantener a España fuerte y unificada, puesto que ha de ser otro quien nos conmine a seguir siéndolo.
Todo esto prueba varias cosas. Prueba que tenemos un Gobierno débil que no se atreve a decir a los españoles lo que quiere para España y pide a un mandatario extranjero que sea él quien lo haga. Prueba que nuestros medios de comunicación y nuestra opinión pública están en estado de letargia entontecida, de ahí que aplaudieran unánimemente lo que en cualquier otro país hubiera sido considerado una ofensa. Y prueba por último que, sea lo sea hoy España, es obvio que no es fuerte ni está unificada.
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