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Guillermo Dupuy

Ante la declaración de independencia de los nacionalistas

Una ilegalidad que ni se reconoce ni se castiga como tal es el peor reconocimiento de soberanía e independencia que cabe conceder al que la perpetra

Es verdad que el futuro nunca está escrito, pero, desde luego, las razones que esgrimen algunos para asegurarnos que tras las elecciones autonómicas no va a producirse una declaración de independencia en Cataluña no me pueden resultar más ridículas. Hay algunos que basan su cándida esperanza en que los partidarios de la secesión no logren la mayoría absoluta; lo que no deja de ser una clamorosa ceguera voluntaria ante las encuestas que pronostican, por unanimidad, que los partidarios de la secesión obtendrán una holgadísima mayoría absoluta. Y eso que me limito a los escaños que sumen la CUP y la plataforma Junts pel Sí, sin incluir los de la plataforma Catalunya Sí que es Pot, que, si bien es contraria a dar un carácter plebiscitario a estas elecciones, es partidaria del ejercicio del mal llamado derecho de autodeterminación mediante un referéndum.

Otros niegan, no menos ilusamente, la posibilidad de la declaración de independencia basándose en su carácter ilegal, lo que no deja de ser una aun más criticable miopía ante el hecho de que el sedicioso de Artur Mas, desde que fue investido presidente de la Generalidad, no tiene otra cosa como programa de gobierno que saltarse a la torera nuestro ordenamiento jurídico.

Pero quizá la más patética razón que alegan los que se niegan a ver lo inminente es que el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, ha dicho que no lo va a permitir; hecho que para mí es, por el contrario, la razón más poderosa para dar por descontada esa declaración de independencia.

Nuestro infausto presidente ha dado innumerables muestras de que, por eludir su deber de hacer cumplir la ley, es capaz de negar todas las ilegalidades que, desde hace años, se perpetran en Cataluña. Mucho se ridiculizó, y desde los lugares más insospechados, la ilegal consulta secesionista del 9-N, consulta que Rajoy también dijo que no se iba a celebrar. Pero lo auténticamente patético y ridículo era ver a una clase política y mediática española tratando de ridiculizar lo que no había sido capaz de impedir.

Así, con lo del butifarréndum se pretendía ridiculizar a los nacionalistas, pero en realidad lo que se hacía era quitar gravedad a un cúmulo de delitos, tales como los de desobediencia, prevaricación, usurpación de atribuciones o la propia malversación de caudales, que, hasta la fecha, sólo le han costado el cargo al fiscal general del Estado que se atrevió a denunciarlo. Eso sí que era y sigue siendo patético.

Aunque Rajoy diga que no se va a producir, y aunque el botarate de Margallo lo haya considerado una "bomba atómica", estén ustedes seguros de que, llegada la ilegal y subversiva declaración de independencia, no faltarán quienes, jugando a ridiculizar a los nacionalistas, le quitarán importancia como simple "bombeta" o mero "brindis al sol". Pero una ilegalidad que ni se reconoce ni se castiga como tal es el peor reconocimiento de soberanía e independencia que cabe conceder al que la perpetra.

Podrán entonces burlarse de los nacionalistas como se burlan ahora de sus pretensiones de seguir formando parte de la Unión Europea; pero lo verdaderamente patético seguirá siendo la pretensión de que Europa expulse de su seno lo que España no haya sido capaz de retener en el suyo.

Para los que consideramos una vergüenza y un anticipo de derrota ver la defensa de la unidad de España reducida a imperativo europeo, no queremos ver una frontera ni, menos aun, un arancel, que separe aun más a Cataluña del resto de España.

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