Cataluña y De Gea
Queda menos de un mes para que las urnas cierren el mercado persa que han gestionado sin decoro los que especulan con derechos y regatean con deberes.
A Mariano Rajoy, que siempre ha presumido de un talento exquisito al manejar los tiempos, le podría ocurrir con Cataluña lo mismo que al Madrid con el fichaje de De Gea. Tanto da a estas alturas que el bochornoso gatillazo en la contratación del guardameta haya sido el producto de un error burocrático o, por mejor decir pues de astros va el juego, de un embrollo estelar, de una conjunción perversa entre la mala fe del Manchester y la altivez de los merengues. Lo sustancial, empero, es que, por un minuto, quien fue una de las perlas de la cantera atlética vio esfumarse su sueño y abandonó la fiesta con un borceguí en la mano, igual que Cenicienta.
En Cataluña, obviamente, el cuento es otro y otros son los cuentistas que muñen el enredo. Se asemejan, no obstante, en que la parte contratante de la soberanía nacional se ha despertado tarde de una siesta de décadas y ahora -a buenas horas- pretende echar el resto, apurar hasta el fin su coqueteo con el vértigo y pescar tiburones en un río revuelto. Especialista en convertir la lucha contra el crono en un largo y tedioso desfile de bostezos, hete aquí que Rajoy ha vuelto del verano dispuesto a vaciarse en un combate con la urgencia.
Queda menos de un mes para que las urnas cierren ese mercado persa que han gestionado sin decoro (y sin cortapisas y sin consecuencias) los que especulan con derechos y regatean con deberes. Los que han puesto al Estado en almoneda y al estadillo del poder a cotizar al tres por ciento. Los que han hecho del miedo del portero ante el penalti la coartada que habilita el chantajismo a toda vela. Queda menos de un mes que, sin embargo, se hará eterno.
Tres semanas y media trufadas de desplantes, chulerías y arengas. Tres semanas y media de invocaciones candorosas al criterio y al seny. Tres semanas y media poniendo en pie de nuevo el retablo retórico de esa historia común que la trituradora del procés ha degradado a balbuceo. Tres semanas y media en las que, de repente, alguien recordará que, en esta España atónita, existen todavía tribunales y jueces. E incluso, por milagro y por si de algo sirve fomentar el tembleque, el Júpiter galaico se arrancará con que aún hay leyes. ¡A mí el pelotón, Sabino! ¡Ánimo, Albiol! ¡Sus, y a ellos!
Mas, si tan hacedero era apretarle las tuercas a los devotos del Sí Sí (la emperatriz del Paralelo) se antoja inexplicable que el Señor de los Tiempos haya salido del letargo al filo del descuento. ¿Inexplicable? No lo crean. El taimado Rajoy es un especialista en ganar las batallas que sus rivales pierden y, hoy por hoy, confía en Artur Mas más que en sus propias fuerzas. Es muy posible -incluso muy probable por lo que auguran las encuestas- que el heredero de Pujol se sepulte a sí mismo en el panteón de Convergencia. Pero tampoco es descartable que el independentismo, por unos cuantos votos, por un quítame allá ese acuerdo, por un minuto agónico que traspasa la cuenta, nos deje sin futuro y a culo pajarero.
O sea, a lo que íbamos, lo mismo que a De Gea. Y si la comparanza les parece pedestre, no olviden que Romeva, el heroico Romeva, denunció, ¡con un par!, en las instancias europeas el alevoso pisotón que Pepe propinó a Messi.
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