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Jorge Alcalde

Pablo Iglesias electrosostenible

Es un caso de libro de efecto nocebo. Lo contrario del placebo.

EFE

Casi sin hacer ruido, en julio, Pablo Iglesias y Estefanía Torres, de Podemos, inscribieron en el Parlamento Europeo una pregunta en nombre de su grupo (Grupo Confederal de la Izquierda Unitaria Europea/Izquierda Verde Nórdica) sobre la electrosensibilidad.

En realidad, más que una pregunta era una denuncia, una acusación... aunque no se sabe muy bien a quién.

El texto, literal, es el siguiente:

El pasado 24 de junio se celebró un año más el Día Internacional contra la Contaminación Electromagnética. En este sentido, tanto el Parlamento Europeo (en 2008 y 2009), como otros estamentos –la Agencia Europea del Medio Ambiente (desde 2007 hasta la actualidad) o la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (en 2015)– han elaborado sucesivas resoluciones.

Sin embargo, los lobbies han boicoteado en el CESE un dictamen proteccionista en defensa de la salud que incluía reivindicaciones y llamadas de alerta recogidas en las resoluciones referidas con anterioridad y el reconocimiento básico de los derechos de las personas electrosensibles. Esto está actualmente siendo investigado a través de la defensora del Pueblo por si se estuviera produciendo un conflicto de intereses. Asimismo, los comités científicos, como el CCRSERI, tienen una evidente falta de independencia y neutralidad.

¿Va la Comisión a tomar medidas para solucionar dicho boicot, así como para solucionar la desprotección y vulnerabilidad infantil ante el despliegue de tecnologías inalámbricas en el ámbito educativo?

En otras palabras: Podemos asume como cierto que existen personas electrosensibles, que las radiaciones electromagnéticas pueden ser dañinas para la salud, que los afectados por estas radiaciones están desprotegidos, que un "lobby" –o varios– está bloqueando la acción de la ciencia para conocer este problema y que el aumento de las tecnologías inalámbricas en las escuelas pone en riesgo a nuestros hijos e hijas.

Todo muy respetable, aunque carente de la menor base científica. Que no se enfade nadie si les digo que, desde el punto de vista de la ciencia, la pregunta es un auténtico sinsentido.

El de la hipersensibilidad electromagnética es un viejo tema de debate. La Organización Mundial de la Salud reconoce que existen personas que dicen sufrir una batería de síntomas coherente cuando se encuentran expuestas a radiaciones tales como el wifi o el teléfono móvil. Pero ni uno solo de las docenas de estudios que se han realizado sobre el tema ha permitido demostrar que la causa de sus males sea, precisamente, la radiación.

El espectro electromagnético es el entorno en el que tienen lugar todas las radiaciones electromagnéticas conocidas, desde las ondas de radio a los rayos gamma, pasando por las microondas, el infrarrojo o los rayos ultravioleta, entre otros... Estas radiaciones se ordenan según su longitud de onda y su frecuencia. A mayor longitud de onda, menor frecuencia y menor energía desarrollan. Cuanta mayor es la energía, más dañina puede ser la radiación.

Es cierto que la palabra radiación asusta, pero no será necesario explicar que tan radiación es lo que emanan las centrales nucleares (que mata) como la onda que permite que suene el transistor de su mesilla de noche (que no hace el menor daño a nadie). Las radiaciones más energéticas y peligrosas del espectro son las llamadas ionizantes: rayos ultravioleta, X y gamma. Su frecuencia es suficientemente grande como para romper los enlaces moleculares (como los del ADN). Exponerse en demasía al sol, a un aparato de rayos X o a una fuente de radiación nuclear puede causar cáncer y la muerte.

Pero el resto de las radiaciones no son ionizantes y por lo tanto no tienen capacidad de hacer ese daño.

Desde los años 70 del siglo pasado algunas personas han reportado padecer serios trastornos al entrar en contacto con radiaciones no ionizantes como los televisores, aparatos de radio, microondas, etc. Irritación en la piel, descenso del tono muscular, dolores de cabeza, problemas respiratorios, problemas digestivos... La OMS recogió estos episodios y hoy la Hipersensibilidad Electromagnética (HEM) es una enfermedad asumida por el organismo internacional. Incluso en 2011 un Juzgado de lo Social en España reconoció el derecho de una mujer que decía padecerla a obtener una baja laboral.

El problema es que la propia OMS y todos los informes científicos existentes reconocen que la causa de esos síntomas no es ni puede ser la radiación electromagnética. Se trata a todas luces de una enfermedad psicosomática, no relacionada con el uso de la tecnología. Es un caso de libro de efecto nocebo. Lo contrario del placebo. Igual que una persona sugestionada puede creer que ha ingerido un medicamento y sentir alivio aunque haya comido solo agua con azúcar, un individuo también puede desarrollar síntomas de una enfermedad si cree estar en contacto con una fuente tóxica, aunque sea solo agua con azúcar.

¿Y por qué lo sabemos? Docenas de estudios los avalan. Hay trabajos de campo con pacientes de este mal que han demostrado que (cuando se les tapa los ojos) son incapaces de saber si están cerca de una fuente de radiación y su organismo no se altera. Sólo cuando se les informa de que tienen cerca una red de teléfono móvil, por ejemplo, los síntomas parecen aflorar. En 2013 se publicó uno de los estudios más completos sobre la materia, que demostró que los casos de hipersensibilidad aumentan cada vez que aparecen noticias en la prensa sobre la hipersensibilidad. Y se ha comprobado que los pacientes con HEM no perciben mejor las radiaciones que los sujetos sanos.

En conclusión: la ciencia lo tiene muy claro. La Hipersensibilidad Electromagnética no es una enfermedad relacionada con el uso de tecnologías inalámbricas.

Una revisión rápida a la literatura científica habría servido a los diputados de Podemos para detectar los errores en su pregunta

  1. No existe relación entre la enfermedad y las radiaciones.
  2. Los pacientes de HEM, lejos de estar desprotegidos, han recibido la atención de autoridades sanitarias como la OMS, han sido objeto de numerosos estudios en busca del verdadero origen de su enfermedad, son atendidos regularmente e incluso han visto reconocidos en los tribunales sus derechos laborales (a pesar de que no existe certeza científica del origen de su mal).
  3. Es evidente que los poderosos lobbies a los que Iglesias y Torres hacen referencia o son inexistentes o tienen muy poco poder, porque hay decenas de estudios independientes realizados sobre el asunto. Incluso la OMS ha anunciado una macroinvestigación al respecto para 2016. Otra cosa es que, como suele ocurrir en estos casos, si los resultados de estos estudios no son favorables a nuestras creencias no dudemos en denunciar que los autores han sido presionados, manipulados o sobornados.
  4. Es verdaderamente irresponsable pretender que nuestros hijos e hijas se vean privados del uso de las nuevas tecnologías sobre la base de una información científicamente tan pobre.

Cuando los primeros ferrocarriles comenzaron a aparecer en el paisaje, no fueron pocos los que advirtieron de los terribles efectos para la salud derivados de viajar en tren. En 1835 la Academia de Medicina de Lyon elaboró un informe en el que se advertía de que pasar demasiado deprisa de una región a otra y cambiar repentinamente de clima produciría efectos mortales sobre las vías respiratorias. La prestigiosa revista The Lancet advirtió en 1862 de los daños en el organismo provocados por la vibración del tren, y algunos médicos creyeron ver en el ferrocarril la causa de aumentos de abortos y bronquitis en zonas de paso. Pero la ciencia no dejó de investigar sobre ello (afortunadamente, nadie detuvo el avance del ferrocarril mientras tanto), y hoy somos conocedores de que el tren es el medio de transporte más seguro. Cuando aparecieron las primeras informaciones sobre la HEM ocurrió lo mismo. La ciencia hoy ha podido demostrar también la inocuidad de las conexiones inalámbricas.

Cada nueva tecnología conlleva su peculiar paranoia. Pero en este caso el tema parece más sangrante. Primero, porque no podemos decir que la radiación no ionizante sea precisamente nueva. Segundo, porque el grupo de Pablo Iglesias cuenta entre sus filas con eminentes científicos que deberían haber informado a su jefe de filas de la metedura de pata. Pablo Echenique, sin ir más lejos, es físico y miembro del CSIC. Muchas veces ha demostrado su defensa de la ciencia y su capacidad de denunciar que, según sus palabras, "a menudo la izquierda se vuelve anticientífica".

El Círculo de Ciencia de Podemos ha demostrado también en otras ocasiones ser activo en la defensa del método científico. Es de elogiar, por ejemplo, su postura ante los alimentos modificados genéticamente, a los que Pablo Echenique también ha defendido dentro de la formación.

¿Ha sido consultado antes de emitirse la dichosa pregunta parlamentaria? Todo parece indicar que no.

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