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Luis Herrero

La amenaza fantástica

El PSOE tiene ante sí la gran oportunidad de construir un discurso nacional sin ambigüedades.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias | EFE

Cuando Federico Jiménez Losantos quiere meterse conmigo me llama centrista pastelero. Fede siempre ha visto el centro como el fruto de una rendición. El centro es, para él, un armisticio lamentable, un ataque de pereza, un gesto de debilidad o un regalo que se le hace al adversario ya sea por cansancio en la batalla ideológica, por miedo a la pelea, por falta de convicción o, en el mejor de los casos, por ingenuidad pregateante. Y, desde su punto de vista, tiene razón: la síntesis de una idea razonable combinada con una idea disparatada es siempre una mala idea. Como él viene de la izquierda y conoce muy bien cuál es su arsenal ideológico parte siempre del supuesto de que en la izquierda sobreabundan las ideas disparatadas y, en consecuencia, ve absurdo un pacto con ellas. Yo respeto a la izquierda más que él, tal vez porque no la conozco, y la considero capaz de hacer cosas razonables. En cambio conozco bien a la derecha y desconfío de su talante. De ahí derivan muchas de nuestras discrepancias.

Todo esto viene a cuento de la encuesta que publicó este domingo el ABC. Federico la ve como la antesala de un nuevo Frente Popular. Yo, en cambio, la veo como una oportunidad para la izquierda razonable de construir un discurso nacional sin ambigüedades. Se trata de una encuesta que, en todo caso, ha sido mal titulada tanto por el periódico que la patrocina como por algunos periódicos que la rebotan en sus páginas interiores. ABC dice, a la luz de sus datos, que "el bipartidismo recupera el pulso". Un cuerno. Lo único que se ve en la encuesta es que desde inicios de año Podemos pierde seis puntos, de los cuales cuatro y medio van a parar a las arcas del PSOE, mientras el PP se queda como estaba hace seis meses. Incluso baja dos décimas. La suma de ambos es casi treinta puntos menor de la que acreditaron en las últimas elecciones generales. El PSOE sigue por debajo del peor récord histórico de Rubalcaba y el PP sigue a quince puntos de distancia de la marca de Rajoy. Si eso es recuperar el pulso yo soy émulo de Isadora Duncan. Es verdad, sin embargo, que los datos de la encuesta permiten llegar a la conclusión, maliciada por Federico en su artículo en estas mismas páginas, de que podríamos estar en puertas de un Frente Popular de carácter revolucionario, dispuesto a derrocar al Rey y a liquidar el Régimen del 78, formado por socialistas, podemitas y separatistas. La suma de esos tres conglomerados supera en efecto la barrera de la mayoría absoluta y envía a PP y Ciudadanos a la bancada de la irrelevancia.

Pero, claro, para dejarse intimidar por esa amenaza hipotética es condición imprescindible partir de la base de que el PSOE estaría dispuesto a prestarse a ese juego de demolición constitucional. ¿Lo estaría? ¿De verdad cabe la posibilidad de que Pedro Sánchez se abrace a Pablo Iglesias y a Oriol Junqueras para abrirle las puertas a una Tercera República Española desposeída de Cataluña? Yo afirmo rotundamente que no. Y si me equivoco, no sólo merezco que Federico me llame centrista pastelero y bebé pregateante, sino que también deberían quitarme los abonos del Bernabéu y declararme persona non grata en Benicasim. Admito que haya socialistas dispuestos a repetir después de las elecciones generales las mismas piruetas pactistas con Podemos que les han franqueado el acceso al poder en Castilla-la Mancha o Extremadura. Y acepto, además, que hacerlo sería una melonada. Pero me consuelo pensando que el PSOE hará de la necesidad virtud porque, en todo caso, la encuesta de ABC no da pie para considerar esa hipótesis. Juntos, PSOE y Podemos suman menos escaños que PP y Ciudadanos. Y aunque eso no es así en todas las encuestas, lo cierto es que ninguna de las publicadas les da mayoría suficiente para gobernar. Para derribar el portón de La Moncloa sería necesario que se sumaran al empeño de empujar el mismo ariete todos los diputados del bloque de los partidos centrífugos (suman 38 entre CiU, ERC, Amaiur, PNV, CC, BNG y Geroa Bai), y eso es justamente lo que me niego a pensar que vaya a ocurrir.

Los separatistas catalanes han puesto en marcha sin ambages la última fase de su proyecto separatista y no pactarán con nadie que no jalee su ansiada declaración de independencia. El PSC, finalmente caído del guindo, se aleja por ello de la lista conjunta y pone tierra de por medio suprimiendo de su programa el derecho a decidir. Sería un contradiós que el socialismo catalán hubiera emprendido ese rumbo de rectificación histórica, tantas veces solicitado en vano por Ferraz, y que ahora fuera Ferraz quien desandara el nuevo camino tirándose en brazos de Mas. Es verdad que en Valencia y Baleares el socialismo español sigue coqueteando con el nacionalismo periférico (lo que demuestra entre otras cosas que el ansia de poder nubla las mentes y acalla la voz de la experiencia), pero también es verdad que ni en Valencia ni en Baleares el nacionalismo imperante se ha declarado abiertamente antiespañol. Si lo hubiera hecho, quiero pensar -llamadme ingenuo- que ni Ximo Puig ni Francina Armengol hubieran consumado con ellos matrimonio político alguno.

El PSOE está resistiendo mal la defensa de la centralidad. Acuciado por Podemos se ha escorado mucho a la izquierda para frenar la sangría de votos que le viene por ese costado. La pirueta ya pone en riesgo su objeto social. Si resiste igual de mal la defensa de la españolidad, acuciado por la necesidad de tender puentes con los implementadores de mayorías de gobierno, también pondrá en riesgo su razón social. No tendría nada que hacer ni lugar donde hacerlo. Además de un disparate sería una traición de tal calibre que sus autores no resistirían impávidos la prueba de mirarse al espejo. Por eso creo, honradamente, que la hipótesis de un totum revolutum entre radicales bolivarianos, separatistas catalanes y socialistas desnortados sólo cabe en el género de la literatura fantástica. El PSOE tiene ante sí la gran oportunidad de construir un discurso nacional sin ambigüedades. Lo razonable es pensar que no dejará que se le escape.

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