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Carmelo Jordá

No a la universidad 'low cost'

El modelo de universidad masiva y barata nos está dando instituciones y titulados 'low cost', en el peor sentido de la expresión.

EFE

El nuevo Gobierno de la Comunidad de Madrid ha tomado la decisión de bajar las tasas universitarias. Creo sinceramente que es algo hecho con la mejor intención, pero también pienso que es un error: la semigratuidad de nuestro sistema de educación superior es uno de sus grandes problemas y una de las razones –no la única– por la que nuestras facultades se han convertido en un aparcadero de estudiantes y de profesores que luchan por superarse… en mediocridad.

Hemos pasado de una España en la que no todos podían tener estudios universitarios a una en la que parece que todos deban tenerlos, y eso sólo es posible si en lugar de en centros de excelencia convertimos las universidades en garitos en los que cualquiera entra, porque además la Selectividad es una broma. Lo curioso del tema es que, encima, la universidad española no es barata: nos cuesta mucho dinero a todos porque, becado o no, el estudiante sólo paga un quinto del coste real de su plaza.

Y eso que a casi todo el mundo le parece bien a mí me parece una injusticia: estoy de acuerdo en que la sociedad haga un esfuerzo para que nadie que verdaderamente merezca estar en ella se quede fuera de la universidad por una cuestión económica, y pienso esto no por altruismo sino por interés egoísta: sería un desperdicio de talento. Pero sin embargo creo que eso no significa que debamos pagar los estudios de todo el mundo, de quien lo merece y de quien no, de quien lo necesita y de quien no, de quien los aprovecha y de quien no.

En cualquier caso, más allá de la justicia o la injusticia, lo que debería hacernos replantear el sistema es el resultado que estamos obteniendo: ahí están, o mejor dicho no están, las universidades españolas en los rankings internacionales; ahí está su capacidad para la investigación y la producción de patentes; y, sobre todo, ahí tenemos a la generación más titulada de la historia, esa que algunos confunden con mejor preparada de la historia pero que cualquiera que se asome a la plaza pública verá que de lo segundo tiene muy poco.

En definitiva: el modelo de universidad masiva y barata nos está dando instituciones y titulados low cost, en el peor sentido de la expresión.

Tener un título universitario no es un derecho y la universidad no es, no puede ser, una etapa más de la educación obligatoria y un gasto de las familias como la luz o el agua: debe ser una elección consciente, tomada tras la realización del preceptivo balance de costes, que va mucho más allá de los meramente económicos.

¿Subir las tasas solucionaría todos estos problemas? Es obvio que no, que son necesarias muchas más cosas, pero sí podría servir, al menos, para limitar el número de los que acceden a las facultades para pasar el rato, como esos que se pasan años en los templos del saber sin aprender a hacer la o con un canuto.

Menos estudiantes pero más comprometidos y menos profesores pero de más calidad podría ser un gran primer paso en la mejora del nivel de las universidades, imprescindible para que los títulos que expiden sean algo más que papel mojado.

Siempre hay fórmulas para que los realmente válidos, los que de verdad quieren estudiar, puedan hacerlo: becas, claro, pero también créditos, trabajos a media jornada… nada que no se haga ya en los mejores sistemas universitarios del mundo.

Por supuesto, no le voy a pedir a un Gobierno que está recién llegado y que encima se encuentra en minoría que le dé la vuelta al sistema universitario en menos de un mes, pero que una de sus primeras medidas vaya justo en la dirección contraria y se ponga en la línea de la demagogia del títulos para todos es un tanto descorazonador. Si al final el cambio es profundizar en los errores del pasado, nada va a cambiar realmente en un país que de verdad necesita que muchas cosas, entre ellas las universidades, sean muy diferentes.

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