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Pedro Fernández Barbadillo

Tierno Galván, ¿el último alcalde franquista de Madrid?

Cabe pensar si, para los concejales Guillermo Zapata y Rita Maestre, Tierno Galván sería un franquista emboscado.

Tierno Galván | Wikipedia - Pedro M. Martínez Corada

A poco de ocupar sus despachos, los alcaldes de Podemos han anunciado sus planes de proseguir la aplicación de la Ley de la Memoria Histórica, que el PP no ha derogado en esta legislatura. Dentro de esa división entre buenos y malos que contiene el concepto, el alcalde de Zaragoza, Pedro Santisteve, afirmó, como se repite sin ninguna prueba, que España es el segundo país del mundo con más muertos sin enterrar, después de Camboya. Y el Ayuntamiento de Madrid presidido por Manuela Carmena ha anunciado su intención de eliminar del callejero los nombres desagradables para la izquierda que sobreviven en la capital.

En este último caso se da la paradoja de que todas las calles marcadas por los profesionales de la mentira y la estupidez (General Yagüe, Carlos Maurras, General Varela, Salvador Dalí, Santiago Bernabéu, Mártires de Paracuellos…) fueron respetadas por los alcaldes socialistas Enrique Tierno Galván (1979-1986) y Juan Barranco (1986-1989). En 1980 los concejales socialistas y comunistas aprobaron el cambio de una veintena de calles, entre ellas la Avenida del Generalísimo (Paseo de la Castellana) y la del General Mola (Príncipe de Vergara).

Según la crónica de El País, el concejal de UCD Jaime Cortezo, "hombre antifranquista en vida de Franco" (sorprendente, ¿verdad?),

afirmó que para bien o para mal, el general Franco había entrado en la historia y que, a pesar de las fobias o las filias, cambiar el nombre de la avenida del Generalísimo era ir contra la historia, borrar de un solo golpe cuarenta años de historia.

Cabe pensar si, para los concejales Guillermo Zapata y Rita Maestre, Tierno Galván sería un franquista emboscado de los que bloquearon la toma del Estado por las masas progresistas y avanzadas y Jaime Cortezo un franquista sin máscara.

Todo partido político o movimiento que aspira a establecer su ideología durante décadas trata de inocular ésta en los elementos cotidianos. Lo hicieron los protestantes suprimiendo imágenes religiosas, festividades, santuarios y peregrinaciones. También los revolucionarios franceses con su ridículo calendario (1792-1805) y los bolcheviques con sus entierros laicos.

La dictadura franquista alteró los callejeros de todos los municipios españoles para encajar en ellos a sus héroes, desde las Plazas del Generalísimo a las Avenidas de José Antonio. Y a partir de 1979, fecha de las primeras elecciones municipales desde 1931, los nuevos gestores de muchos ayuntamientos dieron la vuelta a la tortilla. En vez del general Mola, el terrorista Pablo Iglesias o el golpista Companys o el islamista Blas Infante o el racista inculto Sabino Arana o el sanador de homosexuales Salvador Allende.

Incluso el PP parece entender la importancia de la batalla del callejero pese a sus complejos, y por eso, en una mezcolanza a veces chocante, honra al papa Juan Pablo II, a Adolfo Suárez, a Blas de Lezo, a Gregorio Ordóñez y a las demás víctimas del terrorismo, pero abandona la España anterior a 1975.

Un traidor en lugar de un general liberal

Como es imposible describir las vicisitudes ocurridas en los casi 8.000 ayuntamientos españoles en un artículo de periódico, me limito a unos pocos ejemplos.

La Barcelona socialista eliminó nombres franquistas para recuperar denominaciones tradicionales, como la Avenida Diagonal, antes Avenida del Generalísimo Franco, antes Avenida del 14 de Abril, antes Avenida de Alfonso XIII, antes Avenida de la Nacionalidad Catalana...

Una de las gracias del alcalde Narcís Serra fue quitarle la calle a Roberto Bassas, un falangista local, y dársela a Sabino Arana, el fundador del PNV, que había estudiado en la ciudad algún curso universitario. Pero la reeducación continuó. En 2009 se desmontó un monumento a José Antonio Primo de Rivera levantado en 1964 por cuestación popular, y del que ya se habían arrancado los símbolos falangistas en 1981. La educación de las masas continuó con la dedicación en 2014 de una plaza al inventor de la estelada.

En Valencia se sustituyó la Plaza del Caudillo por la Plaza del País Valenciano. Y en esta ciudad, los socialistas, si bien dieron una calle merecidísima al historiador Claudio Sánchez Albornoz, debelador del mito de la convivencia de las tres culturas, añadieron otras a las Brigadas Internacionales y a los capitanes Galán y García Hernández, un par de golpistas que se sublevaron contra la monarquía en 1930 y fueron responsables de varias muertes.

En Avilés, la unión del PSOE y del PCE eliminó el nombre de Plaza de España por el de Plaza de la Constitución, como si ésta superara a aquélla. Los izquierdistas despreciaron las 900 firmas recogidas en contra por los vecinos. La calle del General Mola pasó a llevar el nombre del fundador del PSOE, Pablo Iglesias, que entre sus méritos está el de haber amenazado de muerte a Antonio Maura en el Congreso; los vecinos de esa calle proponían la denominación de Hermanos Soria, pero los deseos populares cedieron ante la decisión partidista.

En Bilbao se eliminaron no sólo nombres poco vinculados a la capital vizcaína, como el del doctor Albiñana y el del falangista Ruiz de Alda (asesinados en Madrid en agosto de 1936), y la exaltación de las personalidades del régimen, sino el recuerdo de los 224 vascos indefensos muertos en el asalto de la chusma a las cárceles en 1937: Cuatro de Enero. Uno de los modelos que el PNV propone a los bilbaínos es el de Juan Ajurriaguerra, jerarca del partido que negoció con los fascistas italianos la traición del Gobierno vasco a sus camaradas del Frente Popular y la rendición de la Gudaroste, que sustituyó la calle dedicada al general Espartero, cuyo pequeño mérito es que en 1836 salvó la villa de un sitio carlista.

El afán iconoclasta peneuvista no se detuvo ni con la peana del Sagrado Corazón en la plaza que cierra la Gran Vía, que tenía la inscripción Reinaré en España: se eliminó en 2005. Sin embargo, en Bilbao no han acabado con la depuración política. Aunque el fallecido Iñaki Azkuna la frenó (se negó a retirar los retratos de quienes fueron alcaldes en el franquismo), su sucesor la quiere continuar y, de acuerdo con el pleno, va a revocar más de 500 condecoraciones, medallas y menciones otorgadas por los ayuntamientos entre 1937 y 1979.

Como ha escrito Cristina Losada, esos gestos sólo tienen mérito si se hacen en caliente, no cuando los concernidos están muertos y no pueden defenderse.

Honores a asesinos y terroristas

Los maketos y los vascos maketizados, como los llamaba Arana, con calle prácticamente en todos los municipios vascos, sufrieron también las iras de los abertzales y de sus compañeros de viaje. En Galdácano (Vizcaya), los concejales del PNV, Herri Batasuna y el PSOE descolgaron las placas con los nombres de Miguel de Unamuno, Lope de Vega, Ramón y Cajal, Menéndez Pelayo y Severo Ochoa. Quizás los concejales pensaran que esas personalidades habían tenido carné de Falange. Si el castellano era la lengua de Franco, como afirmó un pensador peneuvista, todo es posible.

En una de las muestras más claras de sustitución de ideologías, en Irún la calle del Ejército Español se rotuló como calle del Gudari y la de Francia, Iparralde, que es la denominación en euskera para el país vasco francés.

Alcalá de Henares honra a Cristino García, asesino de sus camaradas comunistas por orden de Santiago Carrillo y Pasionaria. Como fue condenado y ejecutado por un tribunal militar del franquismo, ¿se convierte así en luchador por la democracia?

El culto a los violentos no se reduce a los terroristas de ETA por parte de los nacionalistas vascos y a los golpistas y terroristas de izquierdas por parte de los socialistas y comunistas. En Santa Coloma de Cervelló tiene calle Jaume Martínez Vendrell, terrorista catalanista implicado en el asesinato de Jaime Bultó. Y cientos de municipios catalanes homenajean a alguien tan siniestro como Lluís Companys, que se sublevó contra la Constitución republicana y el Gobierno constitucional el 6 de octubre de 1934.

El carácter no sólo ideológico y sectario de la memoria histórica, sino de motor de odio y movilización para la que en los años 30 se llamó la chusma encamionada y hoy podemos definir como víctimas de la Logse, lo encontramos en la actitud, mezcla de prepotencia y de incultura, del Sindicato de Estudiantes de Andalucía, que exigió la retirada del nombre 19 de julio a un colegio de Bailén… fecha que no homenajea ningún acontecimiento franquista sino la victoria militar española frente a los franceses en 1808.

O Pepe Gotera o Almudena Grandes

En el parque temático de la izquierda cavernícola en Madrid que es Rivas-Vaciamadrid se mezclan las calles comprometidas con las calles ridículas. Entre las primeras, que son un homenaje a los colaboradores de El País, están las de Pilar Bardem, Juan José Millás, Nuria Espert, Eduardo Galeano, Almudena Grandes y Manuel Vázquez Montalbán. Entre las segundas, la Rúe del Percebe, la de Idefix, la de Mortadelo y Filemón, la del Capitán Trueno, la de Astérix, la de Rompetechos…

Ésta es la cultura que ofrece la izquierda: literatura comprometida y, para aquellos para los que los ladrillos de Almudena Grandes y José Saramago sean intragables, tebeos.

El vasco Ramiro de Maeztu, borrado de los callejeros de su tierra, dijo a sus asesinos, que le mataron en Madrid una saca en octubre de 1936:

Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero: ¡para que vuestros hijos sean mejores que vosotros!

Por desgracia, su sacrificio no mejoró a los nietos de sus asesinos.

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