La democracia totalitaria de Podemos
Allí donde se ha practicado ese concepto de democracia, la población ha caído en la pobreza: Venezuela y Grecia.
A los dirigentes de Podemos no les importa el carácter democrático de su organización, mucho menos el del país. Lo único que quieren, como comunistas a la vieja usanza y políticos profesionales, es el poder. Cualquier otra argumentación solo sirve para adornar un discurso tan populista como estéril para el gobierno de cualquier país. Es más, allí donde se ha practicado ese concepto de democracia, la población ha caído en la pobreza: Venezuela y Grecia.
La rebelión interna en las filas podemitas tiene que ver con la vieja y rancia idea partidista de implantar un sistema de elección de candidatos que prime a unos (la dirección) y perjudique a otros (la disidencia). El sistema de lista plancha –una única lista estatal– que elimina el sistema dowdall –que prima el voto por la posición en la lista– aleja aún más a Podemos de esa idea de partido que quiere "dar la palabra a la gente". Es aún peor que el centralismo democrático de los comunistas de antaño, que no engañaba a nadie, y sí resulta muy ajustado al populismo marxista nacido en América Latina.
La que practica Podemos no responde a ninguna de las condiciones teóricas de la democracia. Para empezar, la elección de los candidatos no es competitiva porque sólo existe una lista única, establecida por el Consejo Ciudadano Estatal, que dominan Iglesias y Errejón. No habrá, por tanto, confrontación de candidatos ni de proyectos o ideas. Sin debate, y sin su consecuencia, que es la elección libre, no hay democracia que valga. El simpatizante sólo podrá hacer una de estas dos cosas: votar la lista oficial o no votar. Ni siquiera hay, como en los países comunistas clásicos, un partido campesino.
En cuanto al sistema de elección de candidatos, es un conjunto de normas no aceptado por todos los dirigentes del partido sino impuesto por la cúpula. Imaginemos esto trasladado a un régimen representativo donde las reglas de juego no hayan sido consensuadas por los ciudadanos. En este sentido, es curiosa la incoherencia: los defectos que denuncian del "régimen del 78" son de la misma naturaleza que los que imponen ellos en su partido.
Otra condición que no cumplen es que no está establecido el sistema para la fiscalización de la acción de los representantes de Podemos, ni para su lógica revocación si no cumplen con el mandato recibido. Aquí el Consejo Ciudadano Estatal ha copiado a la casta de los partidos tradicionales. No hay voz para la opinión y el control que debería ejercer ese "pueblo" al que dicen representar. Dirán que un partido no es un espejo del régimen que quieren levantar, pero me temo que no es así, sino todo lo contrario.
En suma: no hay libre competencia, ni se respeta o fomenta la pluralidad, ni se permite el debate, ni hay acuerdo en las normas para la elección de los candidatos del "partido del pueblo", ni control de los dirigentes.
En realidad, lo que queda al descubierto es lo que el filósofo hebreo Jacob Talmon describió como "democracia totalitaria", heredera de Rousseau y cultivada por los jacobinos de Robespierre; esos que tanto citan Iglesias y compañía. Esa invocación a la democracia es la excusa perfecta para dar el poder a una minoría visionaria dirigida por un "mesías político", decía Talmon, en aras de un presunto “interés colectivo” y sacrificando las libertades individuales, las voces discrepantes, o las amenazas a su poder omnímodo. Tras una retórica exacerbada de igualdad y participación, no hay más que un fondo y una forma totalitarias. Pero que no eran liberales ya lo sabíamos.
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