La obsesión de la transparencia
Así como los despachos requieren cierta opacidad y un mínimo de recogimiento para trabajar a gusto, las instituciones deben funcionar con discreción.
Lo más plus en diseño es ahora erigir edificios o despachos acristalados. Puede que tengan su razón de ser en Finlandia, donde la mitad del año sus habitantes viven en penumbra. Pero en estas latitudes ibéricas lo que nos sobra es luz solar. Así que bienvenidos sean los estores, cortinas y persianas para contenerla un poco.
De la moda arquitectónica hemos pasado a la política. Resulta que las instituciones deben ser transparentes antes que cualquier otra cosa. Es decir, que se pueda ver a través de ellas, que no se oculte nada, que no haya secretos. Me parece una condición excesiva y sobre todo insincera. Así como los despachos requieren cierta opacidad y un mínimo de recogimiento para trabajar a gusto, las instituciones deben funcionar con discreción. Pase que no haya ocultaciones fraudulentas o bargueños con gavetas secretas, pero los documentos y expedientes piden cierta circunspección. Los ordenadores y los teléfonos móviles requieren de alguna contraseña para evitar asaltos. La completa transparencia en la vida privada sería exhibicionismo. En la vida pública significaría pasar a la democracia directa o asamblearia. Corren vientos de fronda en esa dirección.
También es curioso que pregonen transparencia los partidos políticos, cuya contabilidad aparece tan reservada. Solo así se explican los continuos casos de corrupción. A saber cómo se otorgan las subvenciones de toda índole. Un concejal se atreve a asegurar que no cayó en la cuenta de que ese otorgamiento iba a parar a su hermanico. Un presidente de una comunidad autónoma insiste en que no vio pasar por sus narices cientos de miles de euros que se distraían de las subvenciones a los parados. Es lo que ahora se llama "síndrome de la infanta".
Los miembros del Gobierno de España juran (los cursis prometen) no revelar jamás el contenido de las deliberaciones del Consejo de Ministros. Quizá sea una cautela demasiado escrupulosa, pero que luego no insistan tanto en la transparencia, porque resulta una actitud hipócrita.
Como sucede en tantos otros aspectos de la vida pública, cuando se presume tanto de transparencia es que lo opuesto es la realidad. En política siempre existirán los cabildeos (lo siento por los de Canarias), conciliábulos y tejemanejes. No otra cosa son los famosos pactos después de las elecciones para formar la repartija de los Gobiernos. Lo que pedimos los contribuyentes es que la gestión de los dineros públicos no sirva para el medro personal. No hay que llegar al extremo de poder "asar una vaca" con esa rebatiña de cargos y sinecuras. Ahí entran las mamandurrias, nepotismos y corruptelas de toda laya. No es que sean opacos; son ladrones.
La verdadera transparencia es la que se vierte con equidad y competencia en el Boletín Oficial del Estado o equivalentes. Lo necesario no es tanto ser transparente como ser honrado (los cultiparlantes dicen "honesto"), de manera especial cuando se toca un euro público. Por cierto, seguimos esperando que algún partido político, sindicato o similar renuncie a la asignación (perfectamente legal y con total transparencia) que le viene dada desde el Estado. El contribuyente no acaba de entender por qué tiene que financiar al partido o sindicato que no es de su simpatía.
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