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Gabriel Moris

Votar con y sin atentados

La palabra 'democracia' me resulta demasiado noble para denominar la forma de convivir que tenemos los españoles.

La palabra democracia me resulta demasiado noble para denominar la forma de convivir que tenemos los españoles a raíz del cambio de régimen que nos dimos en su día, auspiciado por la restauración de la monarquía. Con frecuencia se oye decir que la democracia es el gobierno del pueblo. No deja de ser una expresión coloquial pero, en el fondo, parece reflejar más una intención o un deseo que una realidad vivida día a día.

La única ocasión que tiene el pueblo para manifestar parcialmente sus deseos y preferencias en el gobierno de la cosa pública es en las votaciones, pero ese acto periódico, culmen del proceso electoral, no refleja plenamente la voluntad del pueblo. Creo que no tenemos que hacer un gran esfuerzo intelectual para demostrarlo: los procesos previos a las mismas no son explícitos ni clarificadores. Los candidatos, en general, son unos desconocidos para los votantes. Al ser los programas y los candidatos productos de las cocinas partidistas, el papel de los electores se limita a introducir una candidatura en las urnas. Las consecuencias tienen en cambio una enorme repercusión en nuestra vida, ya que los elegidos controlan férreamente todos los poderes del Estado y por ende nuestras vidas. Podíamos seguir enumerando razones para demostrar mi tesis pero cualquier persona puede hacerlo con más claridad y erudición que yo.

En la España actual, me refiero a la de los primeros quince años del siglo XXI, hemos tenido tres elecciones generales. Este año, o tal vez el próximo, habrá elecciones generales por cuarta vez. Antes de continuar, quisiera recordar un pensamiento de Salvador de Madariaga: "La democracia es una forma y un medio, mientras que la libertad es una esencia y un fin". Creo que este pensamiento puede situarnos ante el fin último de la democracia y su utilidad al servicio del hombre como ente elemental de la sociedad. No estoy seguro de que individual y colectivamente caigamos en la cuenta del papel que la democracia puede y debe desempeñar en la sociedad.

Si echamos una mirada retrospectiva hacia la vida política de finales del siglo pasado nos asalta la duda de si vamos por el buen camino o vamos en retroceso. Podríamos hacer un balance de aspectos en los que hemos mejorado, también podremos encontrar elementos en clara regresión. Priorizar esos elementos es el paso imprescindible para poder establecer el orden de prelación de los mismos. En este análisis me gustaría focalizarme en aspectos relacionados con la libertad.

Difícilmente podemos hablar de democracia cuando la libertad se atropella con la frecuencia con que se hace en España. Creo que los problemas más importantes para los españoles son el paro, la corrupción y la falta de calidad de la clase política. Hace diez años el terrorismo ocupaba uno de los primeros puestos de esa clasificación. Aunque la mayoría de los ciudadanos no lo percibe hoy así, creo que objetivamente ese problema sigue siendo capital en la vida social. A nadie le puede pasar inadvertido el peligro latente de ETA y sus

apoyos sociales y políticos. Algunos no podemos olvidar lo inolvidable, me refiero lógicamente al mayor atentado terrorista de Europa, al 11-M. Un atentado de esa magnitud, perpetrado en pleno proceso electoral y resuelto sin instigadores y con un solo autor material, no podemos decir que sea un asunto investigado, juzgado y sentenciado. Máxime cuando, pasados once años, se puede verificar el cambio regresivo que ha experimentado España en todos los aspectos citados anteriormente, sin olvidar el retroceso en el ámbito de los valores.

Pues bien, en este año de votaciones permanentes podemos constatar la pérdida de confianza de los electores en la clase política. El paro, ligado a la situación económica, la corrupción generalizada y sin soluciones judiciales para la misma, deja en evidencia la inoperancia del Estado para resolver los graves problemas en que nos vemos inmersos a raíz de los atentados del 11-M.

En la campaña electoral del año 2008 también sufrimos la pérdida de una víctima por atentado terrorista.

La última campaña electoral, pese a la aparición de nuevas siglas en el escenario político, no nos ha permitido vislumbrar drásticas y eficaces soluciones para los graves problemas que padecemos.

Como confirmación de lo que antecede, y sin haber seguido las propuestas de los grupos políticos de forma exhaustiva, me atrevo a afirmar que en casi ninguno de los partidos contendientes se han explicitado las políticas contra el terrorismo y menos aún su actitud respecto al 11-M, origen de la situación actual de España.

Ya que la expectativas no son muy esperanzadoras, mi modesto deseo se limita a que los atentados terroristas dejen de ser compañeros de nuestras elecciones, como ya ocurrió en noviembre de 2011.

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