La democracia de Carmena
Este concepto de democracia está muy lejos del respeto al Estado de Derecho y nos acerca a la Venezuela chavista.
La idea de la izquierda radical de Carmena de que Aguirre y el PP en general han acabado con la democracia en Madrid, y en España, va más allá de arrogarse la forma de gobierno: se trata de todo un proyecto de transformación social. En las últimas décadas, el neocomunismo y sus aledaños han desarrollado un concepto de democracia que contraponen al clásico. Ya no se trata de que el Estado reconozca y garantice los derechos individuales, al tiempo que asegure una mayor o menor separación de poderes, en un marco de elecciones periódicas y libres para elegir a los cargos públicos. No. Para la extrema izquierda este concepto está anticuado.
Tras el desplome del mundo soviético, la socialdemocracia buscó reubicarse girando al liberalismo social y el comunismo hacia el populismo, especialmente en América Latina. Su llegada a Europa ha sido posterior, de la mano de los movimientos sociales, la crisis y los indignados. Estos populistas han construido el nuevo concepto de democracia sobre postulados viejos pero eficaces en un contexto social complicado y fórmulas para tomar la calle. Ambos elementos –ideas y acciones– concluyen en lo mismo: hay un pueblo explotado y engañado al que le ha llegado la hora de poner a "la casta" en su sitio.
Los dos gurús de este neocomunismo son el francés Jacques Rencière y el argentino Ernesto Laclau. El primero postula que la democracia es que tomen el poder los excluidos a través de movimientos asociativos que rompan la lógica del mercado y del liberalismo, y que impongan la igualdad. Por supuesto, todo esto se envuelve en términos pseudocientíficos. Escribe Rencière en El odio a la democracia (2006)
Esto es lo que implica el proceso democrático: la acción de sujetos que, trabajando sobre el intervalo entre identidades, reconfiguran las distribuciones de lo privado y de lo público, de lo universal y lo particular.
La democracia es así, para esta gente, una forma de "emancipación humana" que pasa por la ingeniería social. Todo debe estar en manos del Estado, del Poder, de ellos. En realidad, es un alegato a favor de la dictadura, en la que el Poder, ejercido por el "partido del pueblo", de "los de abajo", decide la vida privada y pública de toda la comunidad en aras de una supuesta “igualdad”. Es lo que escribe Pablo Iglesias en su libro Disputar la democracia. Política para tiempos de crisis (2014; con prólogo de Tsipras), donde dice, en el paroxismo de la demagogia populista, que quieren el poder para que
los niños vayan limpios y alimentados a escuelas públicas, (…) todos los mayores reciben una pensión y sean atendidos (…) a nadie le corten la calefacción en invierno si no la puede pagar, (...) ningún banco pueda dejar en la calle a una familia (…) producir información no sea privilegio de multimillonarios, (...) un país no tenga que arrodillarse ante especuladores extranjeros.
No se trata de hacer economía, sino política, porque es la política –esto es, su política– lo que debe decidir el día a día de la comunidad. Rencière describe las democracias liberales como un "campo de concentración encubierto", en que la representación del pueblo está falseada para que la casta haga negocio. Esto es lo que hay detrás del grito "No nos representan".
Laclau, por su parte, en La razón populista (2005), se apoya en Gramsci para decir que Estado y sociedad civil deben ser casi lo mismo; es decir, que las asambleas de ciudadanos activos, los "comprometidos", los activistas, son la verdadera representación del pueblo, que debe decidir aquellas políticas que el Estado debe ejecutar si quiere ser democrático. El paralelismo entre este mundo asambleario y el de los sóviets, que confluyen en un partido y un Estado, es más que evidente. Por supuesto, esa nueva democracia está basada en un pueblo que necesita un tutor único que traduzca las dispersas necesidades en política. Laclau:
Cuando las masas populares que habían estado excluidas se incorporan a la arena política aparecen formas de liderazgo que no son ortodoxas desde el punto de vista liberal democrático, como el populismo. Pero el populismo, lejos de ser un obstáculo, garantiza la democracia, evitando que ésta se convierta en mera administración.
Eso es Podemos en sus diversos nombres, como Ahora Madrid o Barcelona en Comú, con los que se ha presentado a estas elecciones municipales. La democracia que predica la gente de Carmena es lo que Iglesias explicaba no hace mucho en La Tuerka: la democracia, siguiendo a Robespierre es un movimiento para arrebatar el poder a los que lo acaparan y repartirlo entre los que no lo tienen, el pueblo, para tener sanidad, educación y vivienda. Si no hay este reparto y mandan los mercados, es una dictadura, concluye, y por tanto
defender el puesto de trabajo lanzando tuercas y cohetes es el mayor acto democrático que se pueda llevar a cabo.
Esta pequeña muestra es suficiente, creo, para comprobar que este concepto de democracia está muy lejos del respeto al Estado de Derecho democrático y a los derechos individuales, y nos aleja de la Unión Europea para acercarnos a la Venezuela chavista.
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