Barcelona no es España (y Madrid tampoco)
Se ha acabado el bipartidismo, sí, pero no el mundo. Demasiado ruido en el fondo para no tantas nueces iconoclastas.
Se ha acabado el bipartidismo, sí, pero no el mundo. Demasiado ruido en el fondo para no tantas nueces iconoclastas. Decía el viejo Galbraith que la única razón de que se sigan realizando pronósticos económicos oficiales es demostrar que la astrología constituye un oficio respetable. Y con las encuestas, pese a ser algo bastante más serio que la llamada ciencia económica, diríase que empieza a ocurrir algo similar. Contrastada torpeza que acaso debiera invitarnos a meditar sobre ese carrusel de apocalípticas melonadas sin fundamento demoscópico que han venido situando a Pablo Iglesias en La Moncloa durante meses y meses; en La Moncloa nada menos. El 10% rascado de los votos en toda España ha cosechado al final Podemos tras todo el ruido mediático. Apenas el 10%. Nada con sifón si se excluyen ese par de inopinadas extravagancias metropolitanas que responden por Madrid y Barcelona.
En política, a diferencia de lo que ocurre con las matemáticas, el todo no necesariamente ha de ser igual a la suma de las partes. Sin ir más lejos, esta vez no lo ha sido. Así, la ruptura del duopolio tradicional tras la irrupción en escena de dos nuevas marcas invalida en buena medida el eje de coordenadas izquierda-derecha como factor de interpretación de los resultados. Ni el sumatorio de PP y Ciudadanos equivale al resultado global del centro-derecha en comicios previos. Ni el agregado del PSOE más las izquierdas varias que esta vez concurrían por separado responde a la cuota de mercado electoral del campo que se dice progresista. Al igual que en la Cataluña de hasta hace cinco minutos el marco españolismo-independentismo acabó desplazando al clásico representado por las ideologías convencionales, en el resto del país comienza a dibujarse una nueva divisoria electoral más marcada por las diferencias de edad y de inserción en el aparato productivo que por variables doctrinales tópicas.
Mucho más que a la trifulca rutinaria de derechas e izquierdas, estaríamos asistiendo a una confrontación en las urnas entre insiders, la población de edad avanzada, esos contratados indefinidos que han capeado los coletazos de la crisis gracias al blindaje que les provee un Estado del Bienestar pensado por y para ellos, y outsiders, el precariado transversal e interclasista que agrupa a los jóvenes en un sentido amplio, la bioclase emergente de los ninis, los falsos autónomos y los contratos-basura, nuestra genuina carne de cañón desde que empezó el desastre en 2008. Y ahora a seguir robando, caballeros.
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