El voto es el medio, el fin es la Libertad
Votar no es creer, ni militar, es escoger, dentro de lo que hay, lo que nos parece menos malo, e incluso en algunas ocasiones, no muchas, bueno.
Hoy comienza un ciclo político en España que puede llevarnos a una mejor organización del Estado y a la revitalización de la idea nacional (o sea, que todos los españoles debemos ser libres iguales ante la ley) o conducirnos a lo contrario: un desguace del Estado, privado de la fuerza legitimadora de la Nación. En realidad, el cambio empezó hace un año, en las elecciones europeas de 2014, pero lo hizo por sorpresa, sin que los votantes tuvieran conciencia clara de estaba enterrando el régimen de 1978. Sin embargo, la aparición de Podemos como fuerza revolucionaria y amenaza totalitaria contra el régimen constitucional español produjo espantás tan higiénicas como las de Juan Carlos I y Rubalcaba.
Podemos, Ciudadanos el cambio
De hecho, todo lo que ha sucedido en este último año se desencadena por el miedo, por no decir pánico, a Podemos, que en los responsables de la corrupción provocó abdicaciones, dimisiones y huidas, pero que en los amigos de la libertad se tradujo en el nacimiento de otro fenómeno: el de Ciudadanos como partido nacional. En mayo del año pasado, ya estaban los mimbres de esos dos cestos: los cinco eurodiputados de Podemos hubieran sido seis u ocho si UPyD y Ciudadanos hubieran concurrido juntos a las elecciones. Rosa Díez se negó al pacto y selló la muerte de su partido. Pero las dos fuerzas de rechazo a la corrupción del sistema, una a la izquierda del PSOE y otra a la izquierda del PP, una para derribar la democracia y otra para reconstruirla, estaban ya ahí, perfectamente dibujadas, y también entonces eran más los votos de UPyD-Ciudadanos que los de Podemos. O sea, que no es tan raro el mapa de incertidumbres en que nos adentramos entonces y del que tardaremos años en salir. Si bien o mal, está por ver.
Hoy tiene también lugar, en curiosa y doble paradoja, la segunda vuelta de esas elecciones europeas en las que se tomó conciencia de la crisis del sistema y la primera vuelta de las elecciones generales, pero a las que no se presenta ninguno de los candidatos a la Moncloa del próximo Noviembre. Hoy tendrá lugar la constatación del cambio, que se verá en el dibujo de un mapa con pocas mayorías absolutas y con alianzas forzosas que hace un año eran inimaginables; por ejemplo, que Ciudadanos decidiera el futuro de casi todos los ayuntamientos y comunidades autónomas en manos del PP. Pero tampoco hay que quitar importancia a los resultados que conoceremos esta noche, porque de ahí partirá el alineamiento de las fuerzas que han de jugarse el Gobierno de España en seis meses. Y algo aún más importante: el diseño de un Parlamento en el que los nacionalistas, con pocos votos y demasiados escaños, decidían el rumbo del Estado a cambio de apoyar al Gobierno del PSOE o el PP. Ese rumbo nos ha llevado al derrumbadero. El que hoy, de forma harto contradictoria, emprendemos no está claro adónde nos conducirá.
Hoy se decide lo que vale la pena conservar del PP
¿Eso quiere decir que hoy debemos decidir entre Ciudadanos y Podemos? Más bien al contrario: yo creo que hoy decidiremos, en la modesta medida de nuestro voto, pero que hoy vale más que en otras elecciones, qué parte del PP y del PSOE –sobre todo del PP, que hasta hoy ha dominado casi todos los grandes ayuntamientos, diputaciones y autonomías, vale la pena conservar y mantener, ante los grandes cambios de Noviembre y después de Noviembre, cuando fragüen los grandes pactos nacionales y mediante mociones de censura el poder municipal y regional se amolde al nacional.
En el caso de Madrid, la cosa está bastante clara. Por lo que, a mi juicio, vale la orientación liberal del poder autonómico, más aún que el municipal, el PP de Aguirre debería ser el modelo en el que forjar el gran pacto de centro y derecha para renovar el régimen del 78, frente al pacto del PSOE, Podemos y los separatistas, para acabar con lo que tiene, o mantiene, de Estado Español, asentado en una democracia harto mejorable y en unos principios liberales que, empezando por la división de poderes y la igualdad ante la Ley, han sido borrados por la partitocracia bipartidista.
Es posible, claro que es posible, el gran cambio pacífico que necesita el sistema, la recuperación del impulso político nacional y democrático de la Transición, plasmado en la letra y en el espíritu de una Constitución que, en estos 38 años, han reescrito y desdibujado el PP, el PSOE y los separatistas. Lo que no resultará, si resulta es fácil, porque hay que reformarlo casi todo y el impulso básico de PP y PSOE es no reformar, ni reformarse, casi nada. Sin embargo, una parte de esos partidos, no siempre la más joven, debe de tener claro a estas alturas que, para sus propios partidos, sólo les queda la alternativa de renovarse, reformarse, cambiarse del todo y a fondo, o morir.
Contra el vicio de votar, la virtud de seguir votando
Cada cual contribuirá hoy, con su voto, al alumbramiento o entierro que crea más conveniente. Eso, si quiere votar. Yo creo que contra el vicio de votar está la virtud de seguir votando, pero tampoco hay que agobiarse: el voto es un medio, que sirve al fin último del sistema liberal-democrático: la Libertad. Y si no sirve, se cambia de voto y de partido. Votar no es creer, ni militar, es escoger, dentro de lo que hay, lo que nos parece menos malo, e incluso en algunas ocasiones, no muchas, bueno. Pero la política está para defraudarnos si la servimos. Hemos de servirnos de ella, no servirla, y tampoco sentirnos defraudados si las promesas se incumplen y los votos se pierden. Tendremos más oportunidades de acertar. Lo importante es que nada ni nadie nos prive de la oportunidad de equivocarnos, léase rectificar.
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