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Pablo Molina

La invasión de los diputados autonómicos

En España hay 46 millones de seleccionadores nacionales de fútbol. Ahora también sabemos que hay aproximadamente el mismo número de diputados autonómicos.

El surgimiento de nuevos partidos con garantías de obtener una importante representación en las próximas elecciones está poniendo en el candelero a un aluvión de aficionados que, por fin, van a ver cumplido el sueño de trincar un sueldo oficial. Por supuesto, no se presentan a las elecciones sólo para eso; también para "cambiar la sociedad" (Dios nos libre), mejorar la vida de los ciudadanos y, en el caso de los podemitas, el más grotesco desde el GIL, devolvernos la democracia, secuestrada por los mercados y la casta. Los nuevos partidos están viviendo unas semanas de vértigo, dando cabida en las listas electorales a tránsfugas de otras formaciones fracasadas y ofreciendo cursos de urgencia para que los candidatos a los parlamentos regionales y plenos municipales no hagan demasiado el ridículo cuando aparezcan en público.

En España hay 46 millones de seleccionadores nacionales de fútbol. Ahora también sabemos que hay aproximadamente el mismo número de diputados autonómicos, capaces de elaborar las normas más complejas y de dirigir las instituciones públicas a plena satisfacción de todos. Platón hizo en el Protágoras la crítica más mordaz a la democracia realmente existente, esa en la que en cuestiones técnicas solo se atiende a la opinión de los expertos, mientras que sobre "la organización de la República", un negocio mucho más complejo, todo el mundo cree saber cómo se debe actuar. De haber vivido ahora, en lugar de fundar la Academia se hubiera hecho psicopedagogo.

Hemos llegado a una situación en que la ignorancia de un candidato es presentada como una ventaja que el votante no debería desaprovechar. Peor aún es cuando se recurre al argumento sentimental, típica llantina socialdemócrata, según el cual da lo mismo que un candidato se aproxime al retraso mental siempre y cuando muestre en las tertulias una gran preocupación por "la gente que peor lo está pasando". El ministro griego de Finanzas, un bon vivant al que últimamente sólo hemos visto preocupado por la temperatura exacta a la que debe servirse el chardonay, decía este pasado domingo que no dejaba de pensar ¡ni un solo minuto! en los pobres que malviven en las calles de Madrid. Si fuera cierto sería para pedir la salida de Grecia no del euro: del planeta; porque no hay nada más peligroso en este mundo que un político convencido de que su trabajo es, ante todo, una empresa moral.

En la II Guerra Mundial, uno de los bandos estuvo dirigido por un vegetariano abstemio no fumador de costumbres frugales, defensor de los animales y amante de las plantas. El otro tenía al frente a un borrachín mujeriego y fumador empedernido. Afortunadamente para todos, la guerra la ganó el putero. Una enseñanza que haríamos bien en no olvidar.

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