La tortuga negra
En esta ocasión no tenemos fotos de aves petroleadas, pero el símbolo mediático de la tragedia es una joven tortuga boba socorrida por el Seprona.
Cuando recibimos noticias sobre el hundimiento del pesquero ruso "Oleg Naydenov" a preocupante distancia de las costas canarias, y cuando sabemos que el Ministerio de Fomento ha elevado de nivel diez a nivel uno el nivel de alerta, llega el momento de volcar nuestra atención sobre esta catástrofe humana y ambiental.
Los medios enviados a la zona por Salvamento Marítimo han confirmado que los hidrocarburos se alejan de la costa y quedan concentrados a unas cuarenta millas de Gran Canaria, aunque se aclara que "quedan en un área fuera de la zona medioambientalmente sensible". La ministra Ana Pastor, que es quien ha hecho esta puntualización se ha apresurado a visitar la zona afectada y a comprobar la eficacia de las medidas de protección que se están tomando.
El avión Sasemar 101 ha tomado las imágenes que permiten identificar un vertido de hidrocarburos de algo más de mil metros cúbicos de volumen que se extienden en forma de mancha fragmentada de 12 kilómetros cuadrados, mancha cuya extensión debe ser vigilada de manera constante. La distancia de esta mancha a la costa hace que no debamos hablar de "marea negra", pero es necesario mantener los sistemas de alerta que eviten que se produzca.
Estos "submarinos de bolsillo" dotados de modernísima tecnología tienen una hoja de servicios todavía corta, pero realmente espectacular. Para quienes opinan que los esfuerzos y los fondos dedicados a la investigación espacial son excesivos e inútiles, digamos que es ella quien ha permitido en buena parte la consecución de materiales metálicos y cerámicos capaces de soportar formidables presiones, y que estos sumergibles son también una esperanza en la detección previa de terremotos y otras catástrofes naturales.
Cuando el submarino envíe las imágenes suficientes será el momento de decidir si se puede intentar el sellado de las fugas, por lo menos para conseguir que el fuel vaya derramándose con más lentitud y sea así más sencillo neutralizarlo.
Hablemos de dos consecuencias del accidente de muy diferente significado: los perjuicios para la fauna y los costes económicos. Los primeros son más inmediatos y también más mediáticos, los segundos requerirán importantes investigaciones y negociaciones, pero parece que Fomento tiene la intención de reclamar todos los gastos e indemnizaciones que el incendio y posterior hundimiento del barco hayan podido producir. Nada más justo y más lógico.
Algunas tortugas bobas petroleadas han sido las primeras damnificadas entre la fauna marina de la zona, pero se cierne un notable peligro para numerosas aves, poco conocidas por el gran público, como los petreles, paíños y pardelas, que en esta época se dirigen a estas latitudes procedentes de las costas africanas.
En esta ocasión no tenemos fotos de aves petroleadas, pero el símbolo mediático de la tragedia es una joven tortuga boba socorrida por el Seprona, que será liberada después de su limpieza. Estas tortugas son en los últimos tiempos víctimas propiciatorias de redes inadecuadas, agentes contaminantes, como en este caso y enganche accidental en los palangres. La naturaleza les ha dotado de un potencial de más de cien años de vida, pero el hombre parece empeñado en acortar todo lo posible sus tranquilos años en los mares.
La Fiscalía de Medio ambiente ha confiado al Seprona las labores de toma de muestras y de actuaciones como la del salvamento de la infeliz tortuga, al tiempo que ha abierto diligencias penales. La armadora rusa Murkmans Fenix es la responsable del pesquero y por tanto de sus seguros, y es hora de exigir que los barcos que siguen rutas próximas a Santuarios de la Naturaleza como Canarias, o Galápagos, donde ocurre algo similar, no se encuentren en situación de obsolescencia, aunque sea prematuro emitir juicios en este sentido.
Volviendo a la joven tortuga que ha sido la primera víctima descubierta y rescatada, venía de América y se encontró con este obstáculo que habría resultado mortal de no haber sido conducida al Centro de Recuperación de Fauna Silvestre de Tafira, en el que fue limpiada y tratada con carbón activo para la purificación de su tubo digestivo, necesaria y previa a su liberación tras una aventura que nunca comprenderá su reptiliano cerebro, pero que al menos por una vez habla a favor de la sensibilidad de la especie humana.
De todas formas no dejarán de despertarse comentarios sobre el contraste entre este salvamento y los desastres humanitarios que se están produciendo en el Mediterráneo al naufragar pateras y otras embarcaciones atestadas de inmigrantes de nuestra especie. Está claro que no hay comparación posible, pero no por ello debemos sentir complejo ante los esfuerzos que realizan quienes pretenden mitigar los desastres ambientales que afecta al mundo animal. Todos, animales y humanos, debemos sentirnos tripulantes de la misma gran embarcación global.
Ante quienes provocan unos y otros desaguisados es lícito pedir el mayor esfuerzo para combatir y reprimir a los culpables, que en tantos casos se encuentran entre mafias o negociantes sin escrúpulos. Necesitamos héroes capaces de salvar las vidas de los náufragos humanos, pero no dejemos de mirar con simpatía a los científicos y naturalistas que también se ocupan de la vida animal amenazada.
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