Manual del perfecto idiota norteamericano
El líder de Occidente le ha estrechado la zarpa al vicario de Castro y ha descorrido los cerrojos del portón de la infamia.
Una historieta apócrifa -pero soberbia, en cualquier caso- sostiene que, al enterarse Metternich de la desaparición de Talleyrand, hilvanó a bote pronto el mejor homenaje que se haya hecho jamás a la perversa inteligencia de un rival formidable: "Monsieur de Talleyrand acaba de morir. Sabe Dios las razones que se esconden tras una decisión tan extremada". Aplicándole el cuento a Eduardo Galeano, que pasó a mejor vida anteayer en Uruguay convertido en un mito inexpugnable entre los revolucionarios tropicales, se podría afirmar que sólo aceptó marcharse cuando el comandante en jefe del ejército yanqui se rindió sin honores, sin dignidad y sin recato a los que entretejieron con sus tesis un grimorio espectral, un evangelio infame.
En Las venas abiertas de América Latina -un artefacto indispensable para entender los esponsales de la indigencia intelectual con el indigenismo asilvestrado-, Galeano aliñó la vulgata marxista con un chorreón empalagoso del jarabe de palo (de palosanto) nerudiano. Transformó a Lenin en una cacatúa lenguaraz y atorrante que atiborraba con consignas ("el imperialismo fase superior del capitalismo, el imperialismo fase superior del capitalismo, el imperialismo…") a un auditorio en trance. Utilizó la economía (el economicismo todo-a-cien, catequético, ignaro) para absolver a un continente de sus muchos fracasos y para despejar la trocha a los nuevos tiranos.
Tal era (descanse en paz, aunque la paz no figurase en el capítulo de sus prioridades) el hoy difunto Eduardo Galeano. Un hombre que se erigió en el guía, en el "maître à penser", en el oráculo de una generación que Álvaro Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y Carlos Alberto Montaner acabarían retratando al ácido en un libelo extraordinario: Manual del perfecto idiota latinoamericano. Hete aquí, sin embargo, que el idiota de marras ha cambiado de bando y la conjura de los necios, de los liberticidas y de los criminales le ha mojado la oreja al polizonte planetario.
Obama -¿quién si no?- le ha entregado las águilas a un roba gallinas empapuzado en sangre. El líder de Occidente le ha estrechado la zarpa al vicario de Castro y, con la excusa de cerrar la guerra fría, ha descorrido los cerrojos del portón de la infamia. Hércules, según parece, ha concluido que no le luce el pelo acometiendo sus trabajos y en vez de adecentar los establos de Augias va a dedicarse a especular con el orín y los cagarros.
La martingala apesta por mucho que Francisco agite el incensario en su cuartel del Vaticano. Hiede el silencio cómplice de los que antaño se indignaban y hogaño se relamen fantaseando con la troupe de coristas coritas que exhibe Tropicana. Atufa el pus que exuda la gangrena moral que la castroenteritis crónica (copyright Cabrera Infante) ha dejado a su paso.
O sea, a lo que estábamos: ¿Manual del perfecto idiota latinoamericano? Quite allá, alma de cántaro. Ahora el perfecto idiota, por horror y omisión, es norteamericano. ¡Venciste, Galeano!
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