Sr. Obama: deje de fingir sobre el proceso de paz
Obama está en lo cierto respecto a la posibilidad de que se produzca un estallido de violencia, pero no lo está en lo que se refiere a sus causas.
Ojalá lo hubiera dicho en serio. Durante su rueda de prensa conjunta con el presidente afgano, Ashraf Ghani, el presidente Obama se refirió a la tensión existente entre Estados Unidos e Israel con el comentario de que la política norteamericana respecto a Oriente Medio debe basarse en la realidad. La observación fue otra puya de la Casa Blanca referida a los comentarios del primer ministro Netanyahu antes de las elecciones acerca de que no permitiría que se creara un Estado palestino durante su mandato. El presidente afirmó que el comentario de Netanyahu, aunque éste lo retirara tras su victoria electoral, había cambiado la realidad de la región y que Estados Unidos no podía basar su futura estrategia en acontecimientos que no pueden suceder. Es algo justo. Pero lo que el presidente no señaló fue que eso es justo lo que él ha estado haciendo durante todo su mandato en lo que respecta al conflicto entre Israel y los palestinos.
El último toque de atención del presidente a Netanyahu no pretendía ser sutil:
Tengo que evaluar honestamente cómo abordar las relaciones palestino-israelíes durante los próximos años (…) Lo que no podemos hacer es fingir que hay una posibilidad de algo que no existe. Y no podemos seguir basando nuestra diplomacia pública en algo que todo el mundo sabe que no va a suceder, al menos en los próximos años. Es algo que debemos hacer, en aras de nuestra propia credibilidad; creo que tenemos que poder ser honestos al respecto.
La amenaza implícita que hay ahí, y que se explicita más en ciertos comentarios filtrados a la prensa por fuentes oficiales off the record, es que Estados Unidos reconsideraría su disposición a defender a Israel ante Naciones Unidas y en otros foros internacionales. Al dejar claro que no cree que la solución de dos Estados sea posible en el futuro inmediato, Netanyahu no sólo ha ofendido a Obama: le ha brindado la oportunidad de cambiar radicalmente la política estadounidense de forma que la incline aún más del lado palestino y en contra del Estado judío.
La justificación de semejante giro sería prevenir lo que Obama ha denominado posibles complicaciones derivadas de la sinceridad de Netanyahu:
Eso podría, entonces, desencadenar reacciones por parte de los palestinos que, a su vez, podrían provocar otras de los israelíes. Y eso podría acabar generando una espiral de reacciones que resultaría peligrosa, y mala, para todos.
Eso significa que Obama cree que debe ocuparse del malestar de los palestinos ante el hecho de que Netanyahu haya excluido la posibilidad de que logren un Estado independiente. El presidente está en lo cierto respecto a la posibilidad de que se produzca un estallido de violencia, pero no lo está en lo que se refiere a sus causas.
No es ningún secreto que la reacción de Obama a las declaraciones de Netanyahu procede, en buena medida, de su enfado ante la contundente victoria de éste, sobre todo porque ésta se produjo después de que hablara ante el Congreso mostrando su oposición al empeño del presidente en un peligroso acuerdo nuclear con Irán. Pero el problema que hay aquí no es tanto que las elecciones israelíes hayan demostrado una vez más lo mal perdedor que puede ser el presidente, como su determinación en distorsionar los hechos relativos al conflicto para que encajen con sus prejuicios acerca de Israel y de Netanyahu; eso es lo que hace tan atroz su reacción. El mayor error es su empeño en que la paz depende de la aceptación por parte de Israel de los dos Estados.
Como hemos señalado aquí en innumerables ocasiones, el obstáculo para una solución de dos Estados nunca ha sido la falta de disposición israelí a aceptarla. Sucesivos Gobiernos de Israel han ofrecido a los palestinos un Estado e independencia para Gaza, una parte de Jerusalén y casi toda la Margen Occidental en tres ocasiones entre 2000 y 2008. En cada una de esas ocasiones las propuestas fueron rechazadas. Y, pese a lo que Netanyahu dijera la semana pasada, éste aceptó el marco para las conversaciones que le presentó el secretario de Estado John Kerry, y envió a su rival Tzipi Livni a negociar con los palestinos en las conversaciones, que, como ella misma admitió, saltaron por los aires debido a la falta de disposición del presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, a negociar de buena fe.
Lo que bloquea hoy una solución de dos Estados es lo mismo que la bloqueaba cuando Obama asumió la presidencia en 2009: la incapacidad de los dirigentes palestinos para aceptar cualquier acuerdo que les obligara a reconocer la legitimidad de un Estado judío, independientemente de dónde se situaran sus fronteras. Con Hamás al frente de lo que a todos los efectos, salvo en el nombre, esun Estado palestino independiente en Gaza, y con su propia facción de Fatah aún empeñada en la destrucción de Israel, Abás no puede firmar la paz ni aunque quisiera.
El pueblo israelí lo sabe, y por eso los partidos de izquierda han quedado desacreditados por el fracaso de Oslo y la catástrofe que supuso la retirada de Gaza: en ambos casos se demostró que lo que habían hecho era intercambiar territorios por terror, no por paz. Las victorias electorales de Netanyahu de 2009, 2013 y de este mes pueden vincularse al hecho de que los israelíes han hecho exactamente lo que Obama dice ahora que va a hacer él: dejar de basar la política exterior de su país en cosas que no pueden suceder. Saben que una solución de dos Estados es imposible porque ellos sí la quieren, mientras que los palestinos siguen rechazándola.
Y, lo que es aún peor, saben también que la violencia palestina no es tanto una expresión de frustración con Israel como algo basado en la ideología de su movimiento nacional y en indicios de que Occidente pueda abandonar al Estado judío. Si Hamás se está preparando para otra guerra, como algunos creen posible, ello se debe a que creen que Obama dejará a Israel en la estacada, no a las declaraciones de Netanyahu.
Si el presidente estuviera verdaderamente interesado en una estrategia basada en la realidad, dejaría de presionar a los israelíes para que hicieran algo que incluso Netanyahu sabe que sería aceptado por la mayoría si ello suponía una oportunidad para una paz verdadera. En cambio, debería hacerles saber a los palestinos que sólo hará que Estados Unidos siga empeñándose en el proceso de paz si renuncian a su ya centenaria búsqueda de la destrucción de Israel.
Pero Obama, que antes de ser elegido ya expresó sus antipatías hacia el Likud de Netanyahu, y que asumió la presidencia bajo la falsa impresión de que el problema era un exceso de cercanía entre Estados Unidos e Israel, sigue obsesionado con éste. Necesita desesperadamente darse cuenta de la realidad, pero si esta última semana nos demuestra algo es que sigue tan remiso como siempre a aceptar su propio consejo de no basar la política en fantasías.
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