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Cristina Losada

¿En qué se equivocaron los dos grandes partidos?

Los dos grandes partidos afrontaron políticamente la crisis con los hábitos de conducta adquiridos. Hicieron de ella un elemento más de la pugna bipartidista.

Si el bipartidismo es el sistema que conviene a los pueblos satisfechos, los términos de su retroceso en España señalarán el grado de insatisfacción al que ha llegado el electorado. Ciertamente, los sondeos no apuntan sólo a un retroceso, sino al fin del predominio de los dos grandes partidos que han gobernado España desde los años ochenta, y a la aparición de un parlamento muy repartido entre tres o cuatro fuerzas. Como es una situación cambiante y sin precedentes, nadie -y menos que nadie los expertos- se lanza a hacer predicciones. Lo único que parece fuera de toda duda es que Partido Popular y Partido Socialista sufrirán una pérdida muy notable de votantes.

La mayoría de los análisis de esta transformación en marcha se centran en explicar cuál es el atractivo de las nuevas opciones y qué deseos del electorado se reflejan en su tránsito a partidos como Podemos o Ciudadanos, que ahora encabezan la selección alternativa. En cambio, se presta menos atención a los errores de los dos grandes partidos a lo largo de estos años. Si uno pregunta en qué se equivocaron y cómo es posible que perdieran la conexión con su electorado, es probable que reciba una catarata de respuestas. Una catarata indignada, además. Las razones de su descalabro parecen tan evidentes que no merecen siquiera una exploración a fondo. Pero quizá no lo son tanto.

Aunque el descontento no es fácil de despiezar, si tomamos el enfado con la corrupción como elemento central de la desafección hacia los dos grandes encontraremos cosas que no cuadran. Desde esa óptica, resultan difíciles de explicar casos como el de Andalucía, por ejemplo, donde un PSOE inmerso en los escándalos de los falsos ERE va a ser, según todos los indicios, el partido más votado. Perderá votos, pero no hay un hundimiento a la vista. De otra parte, si observamos el panorama por el lado de los déficits democráticos y el mal funcionamiento de las instituciones, hay que decir que todos esos defectos y algunos más ya estaban ahí desde tiempo inmemorial. Ha hecho falta una crisis económica de caballo para que se hicieran visibles: para que se tornaran lacras, y lacras achacables a los partidos dominantes.

Puede hacerse toda la lista de problemas, antiguos y recientes, reales e imaginarios, y colgársela al PP y al PSOE, pero sin olvidar que su pecado capital y original, el que ha puesto a muchos votantes en modo castigo, es la gestión de la crisis. Los dos grandes partidos afrontaron políticamente la crisis con los hábitos de conducta adquiridos. Hicieron de ella un elemento más de la pugna bipartidista. Hicieron aquello que solía ser útil para agrupar el voto en torno a ellos: extremar la polarización. Y, claro, prometer lo que no se podía prometer: bien que no pasaba nada (Zapatero), bien que todo se iba a resolver en cuanto se fuera el otro (Rajoy).

Esto funcionó en otras circunstancias, pero ha fracasado en una situación excepcionalmente dura y difícil de resolver como era, y es, el derrumbe de nuestra economía. La última encuesta de Metroscopia recoge que una amplísima mayoría de votantes desean que PP y PSOE dejen de ser los únicos protagonistas de la vida política y esperan, así se interpreta, que la fragmentación conduzca a la negociación, al pacto y al acuerdo. Sea realista o no la expectativa, lo esencial es que creen que los dos grandes partidos no son capaces de transacción alguna. Por pelear tanto entre ellos han perdido ambos.

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