El castigo al PSOE
Lo interesante es a qué achacará el PSOE su propio declive en intención de voto.
No hay ya camaradería entre socialdemócratas. En cuanto las cosas van mal, lo primero que se pierde, junto con los votos, son las formas. Así lo hizo el PSOE con el pobre Pasok, hoy reducido a un cuatro y pico por ciento de votos. Si antes de las elecciones los socialistas españoles no dedicaron a sus homólogos griegos ni unas palabras de aliento, después de la debacle aseguraron que no tenían nada que ver con ellos. "El PSOE no es el Pasok", le oí decir a una portavoz tras el ritual "España no es Grecia". Visto el barómetro del CIS, quizá más de un socialista se lo esté replanteando. ¿Y si lo que le espera al PSOE al final del camino electoral es un Pasok como una casa?
Nuestros socialistas achacaron el desastre de sus colegas griegos al hecho de que apoyaran a un gobierno de derechas que aplicó impopulares medidas de austeridad. Puede ser. Pero lo interesante es a qué achacará el PSOE su propio declive en intención de voto. ¿A aquel famoso miniajuste de Zapatero? ¿A la tontería de la reforma del artículo 135 de la Constitución? ¿A que todavía no se ha consolidado el liderazgo de Pedro Sánchez, si es que finalmente dejan ellos mismos que se consolide? Me temo que nada de esto tiene peso suficiente para explicar que un partido con la veteranía del PSOE se esté viniendo abajo.
No la tiene tampoco la traída y llevada crisis de la socialdemocracia, por su supuesta falta de alternativas a la política económica adoptada durante la Gran Recesión. Desde que pasó a la oposición, el PSOE no ha dejado de pronunciarse contra la austeridad sin que ello le haya servido para detener la sangría. No. El problema al que se enfrenta el PSOE, como tantos otros partidos de gobierno en la Europa afectada por la crisis, es justo el que se encierra en los términos partido de gobierno: es el problema de la pérdida de confianza en las elites dirigentes.
Pérdida de confianza es demasiado suave, a la vista de las cosas que se dicen en España, y aun fuera de ella, de los políticos que han tenido o tienen mando en plaza. Hay, sin rodeos, un afán de castigo, que proviene de diferentes causas y toma diferentes formas. Entre nosotros pesa tanto la persistencia de las dificultades económicas como el espectáculo de la corrupción política. Es la combinación de ambas lo que llena el saco de intención de voto del populismo con la básica promesa de "darles su merecido" a "los de arriba". No es ciertamente un programa de gobierno, pero es un programa atractivo para un movilizado sector de indignados y descontentos.
En otras circunstancias, en otros momentos, el PSOE hubiera capitalizado a los descontentos e indignados por su condición de partido de gobierno, por ser la alternativa posible al PP. Ahora, sin embargo, esa condición suya le perjudica y le hace extremadamente complicado remontar. Dicho lo cual: conviene esperar antes de escribir el obituario. Ni siquiera el Pasok cayó de un solo golpe.
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