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Cristina Losada

No van a hacer la revolución en Atenas, baby

Lo más revolucionario que podrá provocar el gobierno de Syriza es un accidente que obligue a Grecia a regresar al dracma.

Con motivo de las elecciones griegas, el sector kindergarten de la izquierda ha organizado lo que mejor sabe hacer: un gran derroche, puramente emocional en este caso. Movidos por un impulso y un ambiente que recordaba a instantes de euforia izquierdista de los años setenta, allá se fueron a Atenas conspicuos representantes de aquella corriente y otros turistas del ideal. No era para menos. Hacía tiempo que los nostálgicos de la revolución pendiente no tenían una dirección adonde ir, que no estuviera en lugares como Caracas.

Syriza había logrado insuflar nueva vida imaginaria a ese universo maniqueo tan caro a la izquierda, en el que el bien y el mal absolutos se enfrentan en la desigualdad de condiciones de un David y un Goliat. Sí, allí estaba Tsipras, como un Luke Skywalker heroico capaz de destruir con una pequeña nave a la Estrella de la Muerte de la austeridad, la Merkel, y todo el imperio maligno de los mercados y los poderosos. Y, sin embargo, mucho me temo que la ocasión griega no merecerá un anexo en Peregrinos políticos de Paul Hollander, una obra maestra sobre los que viajaron a las cambiantes mecas revolucionarias a lo largo de varias décadas.

Tan es así que uno de los peregrinos españoles más celebrados proclamó al día siguiente del triunfo de Tsipras que nada había pasado, salvo que en Atenas había salido el sol, como por cierto tiene costumbre, y que el apocalipsis no se había producido a pesar de lo profetizado (¿por quiénes?). Fue bonito, he de decir, que el peregrino Iglesias nos sermoneara sobre la necesidad de acostumbrarnos a respetar las decisiones democráticas de un pueblo, porque nos recordó que a él le hace mucha falta habituarse a respetarlas. Habituarse, en fin, a comprender que tanto su odiada Merkel como su aborrecido Rajoy, e igual el resto de gobernantes europeos, están en sus cargos por decisión democrática de los ciudadanos.

Ignoro si a nuestros peregrinos izquierdistas les ha desconcertado que Tsipras se aliara con un partido muy de derechas que es radicalmente nacionalista. Puede que no. Dicen que ahora el asunto no va de izquierdas y derechas, y el fin siempre justifica los medios. Yo veo más consternación por el detalle de que el bueno de Alexis no incluyera a ninguna mujer en su gobierno, saltándose una norma básica de la corrección política. Parece que no ha inquietado tanto que Tsipras pueda montar un follón monumental en el euro, como que lo haga sin mujeres y sin corbata.

Sin corbata y sin mujeres no va hacer tampoco Tsipras ninguna revolución. En serio: lo más revolucionario que podrá provocar el gobierno de Syriza es un accidente que obligue a Grecia a regresar al dracma. Y no es poco, no. Aunque peor sería que cantaran "La estaca".

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