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Pablo Molina

Nóos llena de orgullo y satisfacción

Esta Nochebuena prestaremos especial atención al discurso del monarca, aunque para ello tengamos que abofetear al cuñado progre.

Todo español lleva dentro un seleccionador de fútbol y un presidente del Gobierno que solventarían nuestros problemas deportivos y económicos en un santiamén, por supuesto a base de mano dura, que es como se arreglan estas cosas. La portería de "la roja" y el ministerio de Hacienda cambiarían inmediatamente de titular, dos asuntos sobre los que habría un amplio consenso, aunque respecto a los nombres de sus nuevos ocupantes haya 46 millones de combinaciones, la mayoría disparatadas. El seleccionador de fútbol y el jefe de Gobierno, los dos cargos de mayor responsabilidad en España por ese orden, son objeto de crítica constante por parte del pueblo soberano. Sobre el papel del Rey, en cambio, no hay muchas discrepancias, porque su figura queda por encima de cuestiones menores como el ridículo en el mundial de fútbol o la política fiscal.

Tal vez por esa reacción intuitiva, que deja al monarca al margen de las conversaciones cuando los españoles echamos un ratillo arreglando el mundo, no hay mucha polémica sobre qué debería o no decir el Rey en su tradicional discurso de Nochebuena. Tan sólo Juan Luis Cebrián se atreve a explicarle al Rey qué debe opinar, pero su caso está justificado por la inveterada influencia de su grupo de comunicación en La Zarzuela, al menos mientras estuvo en el trono el anterior monarca.

Este año hay dos novedades, a saber: será la primera vez que de Felipe VI "se asome a la intimidad de nuestros hogares" en fecha tan señalada y, además, el discurso tendrá lugar tan sólo unos días después de que se conozca que su hermana se sentará en el banquillo de los acusados junto a su maridín. El caso Nóos surgirá a lo largo del discurso de una u otra forma, porque cualquier mención del monarca a la corrupción de la clase política exige una referencia a este asunto que afecta a su familia directa. Con esos dos elementos la expectación está asegurada, a lo que hay que sumar el morbo de comprobar hasta qué punto el Rey se atreve a salirse de los límites que le ha prescrito Cebrián. Con tantos alicientes, esta Nochebuena subiremos el volumen del televisor y prestaremos especial atención al discurso del monarca, aunque para ello tengamos que abofetear al cuñado progre y republicanote presente en todas las familias, que ahora, además, se nos ha hecho de pablemos. Pero sobre este otro grave asunto habrá tiempo de volver más adelante.

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