La Transición ha muerto. ¡Viva la Improvisación!
¿Existe una reforma constitucional capaz de contentar a los separatistas que no suponga enterrar la unidad de España y la separación de poderes?
Quizá algún día tengamos que definir la Transición como el paso de cuarenta años de dictadura a cuarenta años de democracia. El próximo 20-N podría cumplirse ese redondo calendario. Cuarenta por cuarenta y ni uno más. Y para algunos, el germen del mal está en la Constitución.
A estas alturas resulta indiscutible que Adolfo Suárez cometió errores, otra cosa es perder la perspectiva. Los primeros años de esta cuarentena en democracia no tienen nada que ver con los últimos –dejémoslo, de momento, en los actuales– porque una transición hacia algo mejor es más peligrosa al principio: no se respira hasta que se deja de ver por el retrovisor el lugar que se abandona. Y en ese espejo no sólo aparecieron los tricornios de febrero del 81. Hubo muchas más intentonas golpistas, más o menos organizadas, ETA golpeaba más duro en democracia que en la dictadura y eso hacía hervir los cuarteles y que cada entierro público se convirtiera en un polvorín en medio de un bosque en llamas. La extrema derecha y la extrema izquierda y todas sus terminales conspiradoras estaban frente a frente, infiltradas unas en otras, apenas sujetas por una goma a punto de estallar y, para colmo, en mitad de una crisis económica tan pertinaz y cruda como las sequías del NO-DO.
La Transición, al menos así la entiendo yo, empieza con Franco tan vivo que vivía Carrero Blanco. Tuvo como ejes, entre otros no muchos, a Torcuato Fernández Miranda, al príncipe Juan Carlos –mientras empezaba a trabar las amistades y a soñar con lo que jamás ha lamentado y que siempre volvió a ocurrir– y a Adolfo Suárez. Como enemigos, entre muchísimos otros que aquí no caben, a Carlos Arias Navarro, a Cristóbal Martínez Bordiú y, en el fondo de su alma, en medio de la esquizofrenia producida por la conciencia de mal padre, la soberana soberbia y el accidentado fracaso dinástico, a don Juan de Borbón. Y luego, no tanto enemigos como moscas cojoneras, allí estuvieron los Areilza, y demás oportunistas que quisieron tocar poder antes de tiempo. La Transición fue el famoso "de la Ley a la Ley" con la enorme fragilidad y riesgo que aquello suponía. Llevarla mucho más allá en el tiempo como hacen los que opinan que la transición termina cuando empieza la alternancia en el poder entre PSOE y PP no me parece riguroso. Lo que ahí comienza es la improvisación. Y esa sí que llega hasta hoy.
Adolfo Suárez cometió errores, qué duda cabe, sobre todo al plantar los cimientos del edificio autonómico tras varias rondas de barra libre con los más bebedores del lugar. Así nos ha salido la casita. Pero considero injusto tratarlo ahora como el único polvo de los lodos en los que hoy chapotea España. Una vez más lo diré para que sean tres: sí, cometió errores garrafales que hoy se han colapsado. Pero después de Suárez, ¿quién ha trabajado para evitarlo? ¿No es más grave el error de los presidentes que lo sucedieron? Muy lejos de aquellas curvas por la que transitó Suárez en las que aún aparecían fantasmas en el retrovisor, nuestros presidentes se han sentado a rendir honores a la Constitución y a jurar cumplirla y hacerla cumplir –perjurando sin rubor– al calor del "espíritu de la Transición". Los errores de Suárez tienen explicación: fallar hoy sale literalmente gratis pero entonces podía significar un baño de sangre. Suárez llevó a España, a trompicones, al punto sin retorno hacia lo anterior o a algo todavía peor. Hecho lo más difícil, los del Poder en España, empezando por el Rey, se echaron a dormir. Al despertar resultó que el problema de nuestros males era la Constitución.
Esta semana durante una conferencia, Casimiro García Abadillo –felizmente arreglado del todo con Pedro J. Ramírez– dijo que "la Constitución está agotada" y que hay que afrontar una reforma que no supere "tres líneas rojas", a saber: la unidad de España, la monarquía constitucional y la separación de poderes.
¿Agotada? Discrepo de Casimiro. Yo veo artículos sin estrenar, otros jamás cumplidos y casi todos, claramente subvertidos. Y lo que la Constitución prohíbe se consigue por la puerta de atrás con una reforma de los Estatutos de Autonomía visados por el Tribunal Constitucional, la forma más común hoy en día de traspasar líneas rojas y saludarlas con la mano desde el otro lado. Más que líneas rojas, creo que lo que menciona Casimiro son los pilares mismos de la Constitución y su flanco más atacado. ¿Hay que cambiar el texto para mantener precisamente lo que lo justifica? Sin embargo, el verdadero problema es cuando se propone que en esa reforma se busque "un nuevo encaje a Cataluña". Si eso se hiciera sería incompatible con las dichosas líneas rojas. ¿Existe una reforma constitucional capaz de contentar a los separatistas que no suponga enterrar la unidad de España, la monarquía constitucional y la separación de poderes? En otro momento de su discurso, el director de El Mundo abogó por afrontar ya –"o se hace en esta legislatura, o no se hace"– esa reforma porque, en su opinión, "un país con un Parlamento con 110 diputados del PP, 100 del PSOE y 60 de Podemos, es ingobernable. La prima de riesgo se iría a los 600 puntos, Mas se presentaría en el Congreso y diría que se va de España...".
Parte Casimiro de la mejor de las encuestas, la de su periódico mostraba el mismo pódium pero al revés. Desde luego, cualquiera de esas posibilidades es desoladora pero hoy y con mayoría absoluta avalada por 11 millones de españoles esto no sé si es ingobernable, lo que es seguro que está ingobernado. En cuanto a los 600 puntos de la prima de riesgo los superamos hace ya tiempo, en el peor momento de la crisis. Y Mas ya ha dicho claramente que se va aunque Rajoy asegure que no ha sido así. Dos de los tres vaticinios de Casimiro ya han sucedido. Miramos siempre lo que puede pasar sin prestar atención a lo está pasando y eso que García Abadillo ha sido de los pocos que ha entrado en los detalles de una eventual reforma. Otros, como no tienen vocales, todavía no han pronunciado una frase completa.
Yo propongo una reforma de la Constitución que consista en usarla de una vez y, dado el caso, devolverle la capacidad de ser la ley de leyes. Un ejemplo claro, además del artículo 155, es la Justicia. Fue Alfonso Guerra –y por tanto Felipe González– en 1985 quien decidió que el Poder Judicial fuera repartido entre los políticos muy en contra de lo que dice la Constitución. Fue Alberto Ruiz Gallardón –y por tanto Mariano Rajoy–, el que incumplió el compromiso de devolver al CGPJ su naturaleza autónoma previa a 1985. Nada hizo Calvo Sotelo (LOAPA), ni Aznar y de Zapatero es mejor ni acordarse en términos históricos. Ya los hay que pueden repartirse culpas con Adolfo Suárez.
La improvisación en el debate "la reforma sí-la reforma no" siempre evoca los consensos de antaño. Volver a ellos es imposible porque fueron ad hoc. Muchos, además de Suárez, sabían que empezábamos a pagar una hipoteca firmada con los nacionalistas. Ha habido mucho tiempo desde entonces para renegociar o denunciar los términos de ese contrato abusivo. Ahora vienen los desahucios. Ojalá me equivoque pero hoy no cabe pensar en grandes acuerdos porque lo único que parece consensuado es la corrupción y con ella la improvisación. Tal es el espíritu y la culpa que hoy les une.
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