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Pablo Planas

La mayoría silenciosa, menguante y reprimida

La primera consecuencia del 9-N es que la única ley que existe en Cataluña es la de la gravedad.

Cuesta resistir la tentación de analizar los datos ofrecidos por la Generalidad tras pactar los partidos el número de participantes y el reparto de las tres opciones disponibles en las papeletas. Afirman que durante el 9-N votaron 2.305.290 personas, una cifra que aumentará en los próximos días dado que todavía hay puntos de votación a disposición de quienes quieran continuar con la fiesta de la democracia, en plan afters para una rave interminable. De esos dos millones largos, más de un millón ochocientas mil personas (1.861.753) optaron por el doble sí; doscientas mil (232.182), por el sí pero no, y cien mil (104.772) por el no. El reparto de porcentajes es de 80,76% para Mas y Junqueras, 10,07% para Duran y un 4,54% para el negacionismo. Se registró una cuarta opción, la de los que votaron sí en la primera casilla y se olvidaron de rellenar la segunda, a la que tenían derecho. Fueron 22.446 personas, un 0,97%.

Después de años de brasa y propaganda, de chapa y lata, así como de manifestaciones, concentraciones, nefas y cefas, el separatismo cabalga hacia la multiplicación de sus expectivas y el cumplimiento de sus profecías. El 11 de septiembre de 2012 la Generalidad dijo que un millón de catalanes salió a las calles. En 2013 y en la misma fecha, el saldo de la cadena humana fue de 1.500.000 personas. Esta año la Diada reunió a 1.800.000 ciudadanos por la independencia y ahora, dos meses después, ya son 2.300.000 los catalanes que quieren ejercer el derecho a decidir, porque en el cuento de la lechera nacionalista hasta esos 104.772 individuos que se dice que han votado no también suman, son los extras necesarios, la cuota disidente típica de las elecciones búlgaras.

Puestos en cifras redondas, a Rajoy, Arriola, Soraya y Catalá aún les quedan unos cuantos millones de catalanes para seguir a la bartola en el incendio de Roma y apelar a la teoría de la mayoría silenciosa: cuatro millones que pasaron de votar según el censo virtual de la Generalidad (6.400.000 personas con la inclusión de los mayores de dieciséis años y los extranjeros) y tres millones si se limita el derecho al voto a los mayores de edad, los ciudadanos europeos y los extranjeros cuyos países mantienen convenios de reciprocidad con España, unas 5.400.000 personas. Ese colchón, esa mayoría silenciosa, menguante y reprimida es el argumento, por cierto, de quienes ya reniegan de la soberanía nacional y están dispuestos a negociar con Mas un referéndum sin paliativos para que sólo los habitantes de Cataluña decidan el futuro de todos los españoles, como si su voto valiera por cuatro. Han visto el pucherazo pero confían en la victoria de los fans de Estopa frente a los de Lluís Llach. Es lo último del arriolismo. En el PSOE cobra enteros Eguiguren como mediador en Cataluña.

Salvo la última, la del censo oficial, ninguna de las cifras referidas hasta aquí se aproxima a la realidad. Creerse los datos de la Generalidad o de la Asamblea Nacional Catalana es de una ingenuidad candorosa y pavorosa. Muchos o pocos, más de los que se esperaban o menos de los que se piensan, la cuestión es que si una situación es definida como real, esa situación tiene consecuencias reales. Lo que viene siendo el Teorema de Thomas desde 1928. Y la primera consecuencia del 9-N es que la única ley que existe en Cataluña es la de la gravedad. Por eso de las consecuencias reales, en Moncloa se maneja con entusiasmo el dato de que sólo un 7% de los electores de L'Hospitalet de Llobregat ha participado en el realista simulacro. Y por eso también están de resaca los nacionalistas, porque sin leyes ni jueces, ellos son el Estado y se están corriendo una juerga de escándalo.

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