El PP en Kinshasa
La fuerza para salir de las cuerdas y ganar el combate la encontrará el PP entre sus militantes, simpatizantes, votantes, exvotantes y afines.
Se acaba de cumplir el 40 aniversario del mítico combate Ali-Foreman en Kinshasa. Ali subió al cuadrilátero esa noche como virtual perdedor. Las casas de apuestas daban una victoria al invicto Foreman por 7-1. Foreman era más joven, más fuerte y había aniquilado a sus anteriores adversarios.
Durante buena parte del combate, Ali no bailó. En vez de esquivar los golpes del hercúleo Foreman, estuvo contra las cuerdas y se dejó sacudir de lo lindo. Ante tamaña paliza, más de uno pensó que el combate había sido amañado. Pero Ali reaccionó. En el octavo asalto Foreman dio muestras de cansancio. Ali salió entonces de las cuerdas y con un tremendo golpe de derechas mandó a Foreman a la lona. En una estrategia que bordeaba el suicidio, Ali cansó a su rival a base de recibir la del pulpo. Pero no ganó por eso. Ganó por su determinación para reaccionar y atacar en el momento adecuado.
El PP está recibiendo en las últimas fechas unos golpes comparables a los recibidos por Ali en Kinshasa. Por momentos parece tambalearse. Pero aún puede reaccionar, aunque se están acabando los rounds. Quedan algo más de seis meses para las elecciones municipales y autonómicas. ¿Cuál debería ser el derechazo que le devuelva la iniciativa? Yo lo tengo claro: la participación de sus bases.
Las últimas encuestas dan a Podemos una fuerza comparable a la de Foreman. Lo paradójico de estas encuestas es que los españoles piensan votar al nuevo partido a pesar de la ideología de sus líderes. Los españoles no se han vuelto ni leninistas ni bolivarianos de la noche a la mañana ¿Qué ha hecho Podemos para que se les perdone su ideología bolchevique? Por un lado, denunciar las fallas del sistema actual. Pero eso, en el fondo, no es lo crucial. El Gran Wyoming se ha hecho rico criticando a los políticos (sobre todo si eran del PP), pero no es un líder político. La clave del éxito de Podemos es que ha promovido la participación de los ciudadanos. Los ha tomado por adultos cuya opinión merece la pena ser escuchada. El indudable éxito que supone conseguir más de 200.000 afiliados es evidencia de las ganas irreprimibles que tienen los españoles de sentirse parte de una organización política que les valora. La redacción y votación de las resoluciones de Podemos ha supuesto para miles de ciudadanos la ocasión para sentir que podían cambiar las cosas. Y este proceso de debate y discrepancias abiertas ha desembocado, sin mayores traumas, en un respaldo mayoritario a las tesis de sus líderes (cosa distinta es que se mantenga esta tolerancia hacia los discrepantes si Podemos alcanza el poder; todos sus antecedentes ideológicos –el piolet de Trotski viene a la cabeza– apuntan a que no será así).
¿Es esta voluntad de participar exclusiva a la izquierda española? No, no y mil veces no. Los votantes liberales y conservadores tienen exactamente la misma aspiración de ser tratados como adultos por un partido político. Que no les dé por ocupar la Puerta del Sol de Madrid o por manifestarse con camisetas de colores no quiere decir que no estén indignados. Quieren que se les pregunte su opinión y que se escuchen sus respuestas. Quieren participar en debates donde se intercambien argumentos y no eslóganes. Quieren que el partido político les pida su dinero para, a cambio, poder influir en su uso. Quieren, en suma, que sus líderes demuestren por la vía de los hechos que asumen que la gente no es tonta.
Los casos de corrupción, al igual que los incumplimientos del programa electoral, deshilachan los lazos de confianza que unen al PP con sus bases. El primer paso para recuperar la confianza debe ser solicitarla. Igual que no es lo mismo que a uno le pidan perdón por e-mail o que se lo pidan cara a cara y con propósito de enmienda, los líderes del PP deben sentarse con sus afines. Y no sólo deben sentarse con ellos. Deben poner en sus manos decisiones trascendentes.
Una de ellas sería la elección de los candidatos a las próximas elecciones autonómicas y municipales. El tiempo se está echando encima, pero aún habría margen para organizar votaciones en enero. Otra sería su financiación, a través de una aportaciones voluntarias. Otra más sería preguntar cómo luchar contra la corrupción. Esperanza Aguirre ha hecho una propuesta, yo mismo he hecho otra y muchas más personas podrían dar ideas valiosas (no hay más que leer los comentarios a la noticia sobre la propuesta de Aguirre). En este mismo sentido, los programas electorales del PP para el año que viene deberían ser extremadamente participativos, con programas de consulta y aprobación de propuestas hechas por los militantes. Y, muy importante, con votaciones. Los militantes deben poder proponer y también votar.
Nada en una posible remontada del PP dependerá de un pacto en el Congreso de los Diputados. No habría que perder ni un minuto buscando el consenso con el PSOE. El éxito de Podemos hasta ahora depende, precisamente, de no solicitar el acuerdo de nadie más que de sus bases. Es un error que el PP busque el apoyo de un partido antagónico pero no el de sus propias bases. Su salvación se encuentra en sus sedes, no en los escaños del Congreso. La fuerza para salir de las cuerdas y ganar el combate la encontrará el PP entre sus militantes, simpatizantes, votantes, exvotantes y afines.
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