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Rafael L. Bardají

¿Cuenten con nosotros?

Dejar que nuestro rey pida que se nos tenga en cuenta con los mimbres con los que trabaja el gobierno es dejarle hacer el ridículo.

El rey Felipe VI se ha estrenado en la ONU con un discurso en el que ha intentado defender la aspiración del gobierno español a sentarse, aunque sea temporalmente, en el Consejo de Seguridad. Toda la prensa española ha condensado sus palabras en una frase-petición: "Cuenten con nosotros para defender la democracia en el mundo".

Yo no se quién es el responsable de las palabras de Su Majestad, pero quien sea le ha hecho un flaco favor. No me parece que el nuevo rey sea un neocon de esos cuya bandera es la defensa de la libertad y la expansión de la democracia en el mundo; pero si por un casual lo fuera, se ha equivocado de todas a todas de foro. Si a lo que se aspiraba era a obtener más votos de los Estados miembros a favor de la candidatura española, hablar de defensa de la democracia quizá no sea el mejor argumento. La Asamblea General está repleta de sátrapas, dictadores de todo tipo y populistas que nada quieren saber de transiciones hacia la libertad, separación de poderes, prensa libre y todas esas instituciones que definen lo que es una democracia.

Aún peor, la retórica apasionada que se le ha preparado al rey en poco o nada coincide con la práctica diplomática y la política exterior de la España post Zapatero. No es necesario traer a colación la terrible continuidad del gobierno de Rajoy con el de su antecesor en temas como Cuba y Venezuela, por ejemplo, donde la defensa de la libertad ha quedado supeditada en estos dos años a otros intereses poco claros y nada explicados.

No hay que irse muy atrás, en cualquier caso. En algo tan reciente como la pasada cumbre de la OTAN, a comienzos de este mismo mes de septiembre, el gobierno optó por no sentarse a la mesa con los principales aliados y discutir cómo oponerse a Putin y su política de agresión territorial en Ucrania. Justo cuando se cumple el 25 aniversario de la caída del infame Muro de Berlín, celebrar el avance de la libertad en Europa pasa necesariamente por evitar que Putin se salga con la suya y destruya el orden de convivencia pacífica que tan arduamente se ha ido construyendo en el continente. Pero España prefiere ausentarse.

Igualmente, el gobierno, aduciendo razones superficiales de no saber el detalle del plan, eligió no comprometerse con la coalición internacional para luchar contra el Estado Islámico (EI, o ISIS) en Irak y Siria. Hay quien lo achaca precisamente a ese desbordado interés de querer ser alguien en el Consejo de Seguridad de la ONU y no querer causar malestar en el mundo árabe por otra intervención militar en su suelo, desconociendo que son los principales países árabes los primeros interesados en acabar como sea con el Estado Islámico, como estamos viendo estos días. Hasta los Emiratos han permitido que el comandante de su patrulla área de ataque fuera una mujer, con tal de bombardear a los yihadistas.

Cierto, Exteriores, que lleva la voz cantante en estos menesteres estratégicos del Reino de España, ha dejado finalmente que Defensa pueda contribuir mínimamente a los esfuerzos de la coalición. La pena es que Defensa haya optado por su estrategia habitual de mínimo riesgo, máximo ridículo. Porque ¿de qué otra manera podría definirse su propuesta de enviar una batería de misiles Patriot a Turquía?

Los Patriot están diseñados para derribar aviones a gran altitud y, en su versión mejorada, interceptar misiles balísticos en las capas altas de la atmósfera. Turquía los pidió ya en 1991 y en 2003, ante el temor de que Irak lanzase en represalia contra su territorio los famosos misiles de origen ruso-norcoreano Scud. Sistemas exoatmosféricos. Me es difícil imaginar frente a qué amenaza del EI son útiles los Patriots ahora. Que se sepa, no cuentan con misiles balísticos de largo alcance ni con cazas de combate con los que atacar suelo turco.

Pero es más, resulta que Turquía no es miembro de la coalición internacional. Su presidente no lo ha querido amparándose en las negociaciones secretas que mantenía con el ISIS para asegurar la liberación de los 46 rehenes turcos que tenía en sus manos (cosa que ha logrado, aunque no sepamos el precio). Peor: si el ISIS ha podido prosperar, ha sido en buena medida gracias a la colaboración turca. La célebre autopista yihadí es la ruta que han explotado todos los terroristas europeos para alcanzar territorio sirio a través de ocho pasos principales desde Turquía. Y aunque el ejército de Erdogan está actuando en varios de ellos, siguen plenamente abiertos tres. Es en Turquía, por otra parte, donde el Estado Islámico vende su petróleo, sin que las autoridades hayan hecho nada para impedir su acceso al mercado negro donde lo venden. Y aunque lo malvenden, la CIA estima que su facturación es allí de unos 800 millones de dólares al mes.

Por último, dada todas estas idiosincrasias, Turquía ha optado por no alinearse con Estados Unidos y los cinco países árabes para atacar las bases del ISIS en estos días. Su guerra va por otra parte.

Si reforzar a un no miembro de la coalición contra una amenaza inexistente es de verdad contribuir a la lucha contra el Estado Islámico, alguien debería explicarlo. Y urgentemente.

Dejar que nuestro rey pida que se nos tenga en cuenta con los mimbres con los que trabaja el gobierno es dejarle hacer el ridículo. Alguien debería habérselo dicho antes de leer su discurso, creo yo.

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