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José María Albert de Paco

El falso nueve

Rajoy ha logrado aquerenciarse en un estilo de gobierno del que no se tenía noticia desde Franco.

El abuelo de Felipe VI, Juan de Borbón, dejó dicho que una de las razones por las que jamás se fió de Franco fue su condición de abstemio. No es el caso de Rajoy, de quien se dice que gusta de atizarse un whisky de vez en cuando, preferentemente mientras sigue por televisión un partido de fútbol o una etapa ciclista. Cuesta imaginar que nuestro afable telespectador sea un killer del área en sus ratos libres, pero ante la ristra de cadáveres que se ha cobrado conviene meditar, precisamente, sobre la jibarización de la figura de Rajoy practicada por el periodismo y, sobre todo, por su sobrino calavera, el columnismo.

Sea como sea, Rajoy ha logrado aquerenciarse en un estilo de gobierno del que no se tenía noticia desde Franco. Es verdad que su aparente regodeo en la indolencia parece incompatible con la propensión a fulminar al adversario, pero sólo del mismo modo en que la fatiga de tiple del Caudillo contradecía su ardor guerrero. Por lo demás, en ese afán de disolverse en el mainstream resuena el eco de la máxima con que el general reconvino al periodista Rodrigo Royo: "Haga como yo, no se meta en política".

Huelga decir que la nómina de esquelas no es únicamente larga, sino también ilustre: Aznar, Esperanza, Pedro Jota, Pujol y, ahora, Gallardón, el-eterno-aspirante-a-presidente. Eso sin contar lo poco o mucho que haya influido Rajoy en la marcha de Rubalcaba. ¡Incluso Inda, el sabueso de Pedro Jota, ha anunciado su paso a la reserva!

No obstante, y siguiendo a Oskar Schindler, el verdadero poder del presidente no se mide por sus víctimas, sino por sus supervivientes; por el hecho, ciertamente inverosímil, de que Ana Mato siga en el cargo, como siguen Jorge Fernández, Fátima Báñez y aun García Margallo, empeñado este último en desdecir a canutazos la extendida creencia de que Cataluña es un asunto interno. Aunque, bien mirado, cómo dudar de la suficiencia de Rajoy para ungir a sus ministros con el óleo del perdón, si él mismo siguió ejerciendo de presidente después de que El Mundo publicara los sms de Bárcenas.

Y todo sin que sepamos qué piensa del aborto, o, aún peor, sometiendo a quien le pregunta al respecto a la españolísima férula del vuelva usted mañana.

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