Victoria pírrica
Toda Europa, incluidos sus mercados, sus grandes medios y nosotros, los españoles, respira a esta ahora tranquila. Y, sin embargo, no hay mucho de que alegrarse.
Toda Europa, incluidos sus mercados, sus grandes medios de comunicación y, por supuesto, nosotros, los españoles, respira a esta ahora tranquila. Y, sin embargo, no hay mucho de que alegrarse. Para empezar, ganar un referéndum de esta clase por tan estrecho margen significa que los ciudadanos están divididos en algo tan esencial como es la nación a la que quieren pertenecer. Es verdad que el referéndum no se inventa la fractura, pero, haciéndola patente, colocándola en el primer plano, la agrava. En segundo lugar, el referéndum no resuelve nada porque bastará cualquier cambio de circunstancias para que los nacionalistas escoceses reclamen la celebración de uno nuevo en el momento que crean más propicio. Y la existencia del precedente dificultará rechazarlo. Luego, la obvia espada de Damocles de la secesión escocesa lastrará cualquier inversión a largo plazo que nadie quiera hacer en Escocia, pues vivir bajo la incertidumbre de si aquello seguirá siendo Reino Unido y Europa dentro de una generación no es la mejor forma de atraer al dinero.
Respecto a nosotros, pasa algo parecido. La mera celebración del referéndum constituye un éxito de todos los separatistas europeos y, por lo tanto, también de los nuestros. La victoria del no es, en este sentido, irrelevante. Es más, sólo la del sí habría tenido algo de positivo, pues Escocia habría sido el espejo donde mirarse aquellos catalanes que, en su tibieza, se han dejado arrastrar por el nacionalismo creyendo que vivirán mejor cuando dejen de ser españoles y por eso, y no por otra cosa, son hoy independentistas. A ellos, el triunfo del sí y ver a Escocia fuera de la Unión Europea, a sus empresas huir y a sus ciudadanos necesitar el pasaporte para viajar a unos pocos kilómetros de su ciudad podría haberles abierto los ojos. Con esta victoria ajustada del no, lo único que tenemos es un pernicioso precedente. Tan pernicioso que los nacionalistas vascos, que tanto tiempo llevaban callados porque saben que independientes del todo estarían mucho peor que ahora, no han tenido más remedio que asomar la cabeza, saludar y recordar que siguen ahí.
Los catalanes que se sienten españoles, los flamencos que quieran seguir siendo belgas, los corsos que estén encantados de ser franceses, los padanos que se sepan italianos, los bávaros que se vean como alemanes tienen hoy una cuenta pendiente con David Cameron. Se puede ser más british, pero no más torpe. No sólo por permitir un referéndum que no tenía por qué haberse celebrado, sino por haberse negado a votar una mayor autonomía y haber exigido un sí o un no sin matices para luego acabar cediendo tanto o más de lo que se le pidió con tal de rebañar el puñado de votos con los que ganar por los pelos. No digo que no celebremos la victoria del no, pero hagámoslo con un buen scotch y brindando por la memoria de ese gran general que fue Pirro, rey del Epiro.
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