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Jonathan S. Tobin

Hamás es un objetivo legítimo

Al igual que con el EI, no hay 'solución política' para un conflicto con Hamás; sólo una militar.

Miles de partidarios de Hamás acudieron el otro día en Gaza a los funerales de tres altos mandos del ala militar del grupo terrorista. El trío, junto a su jefe, Mohamed Deif, cuya suerte aún se desconoce, fue blanco de ataques aéreos israelíes tras días de nuevos lanzamientos de cohetes desde Gaza contra ciudades de Israel. Si bien nadie parpadea siquiera cuando Estados Unidos elimina a líderes de las filiales de Al Qaeda y de otros grupos yihadistas en Oriente Medio, la muerte de estas tres figuras de Hamás está siendo considerada una provocación que bien pudiera conducir a más enfrentamientos que podrían haberse evitado. Pero el intento de establecer distinciones significativas entre los asesinos de Hamás y los de Al Qaeda o el Estado Islámico (EI) en Siria e Irak es erróneo.

Los asesinatos selectivos de este último grupo de criminales de Hamás provocará, sin duda, el habitual coro de críticas contra Israel por parte de quienes afirman que esta acción, de algún modo, causará más violencia. Como en el caso de las acciones de Israel en defensa propia, nos dirán que sus muertes sembrarán la semilla de nuevas generaciones de terroristas.

A lo largo de la historia de los combates de Israel contra las facciones terroristas palestinas, a los servicios de seguridad israelíes les han sermoneado acerca de los costes tanto de sus éxitos como de sus fallos por los pelos.

Siempre que hay intentos de eliminar a terroristas reconocidos que fallan o causan víctimas entre la población civil o entre los familiares de los objetivos (como sucede a menudo en el caso de ataques estadounidenses contra figuras de Al Qaeda), a Israel se le reprende por su incapacidad de distinguir entre combatientes y no combatientes. Pero cuando logra acabar con miembros de Hamás, responsables personalmente de ataques terroristas, entonces se dice que eso indignará tanto a los palestinos que sólo hará que redoblen la intensidad de su guerra contra el Estado judío.

Pero éste es un argumento que se muerde la cola. Los terroristas palestinos llevan en guerra contra la presencia judía en el país desde hace casi un siglo. Su determinación en proseguir la lucha no se ha visto afectada por el hecho de que los judíos aceptaran diversos planes de partición para compartir el país, ni por las ofertas de paz. Tampoco ha sido causada principalmente por ningún contraataque israelí en particular ni por medida defensiva alguna. Hamás seguirá atacando a Israel –como ha hecho esta semana tras la ruptura del último alto el fuego–, no porque estén indignados por lo sucedido a Deif y a sus camaradas, sino porque su sistema de creencias no le permitirá hacer las paces, independientemente de lo que hagan los israelíes. Las próximas generaciones de terroristas no estarán motivadas tanto por historias concretas de mártires –sean éstos asesinos terroristas o víctimas civiles–como por la misión de vengar la verdadera ofensa de los israelíes: su presencia en su patria ancestral, la cual Hamás y otras facciones palestinas consideran que debería ser limpiada de judíos.

Es precisamente la implacable naturaleza del conflicto con Hamás lo que hace tan injustas y equívocas las distinciones establecidas con los ataques estadounidenses contra Al Qaeda, y ahora contra el Estado Islámico.

Aunque la líder de la minoría en la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, y otros crédulos progresistas puedan creerse la propaganda sembrada por Qatar, aliado de Hamás, respecto a que este movimiento es una organización de beneficencia, lo cierto es que es un grupo terrorista en la misma medida que esos otros grupos, más conspicuos, que atacan a occidentales y norteamericanos. Pese a que muchos de los medios occidentales parecen empeñados en presentar una imanen aséptica de Hamás y en ignorar su uso de escudos humanos, éste no necesita que ni Al Qaeda ni el EI le den lecciones de salvajismo, como testimonian las muertes de los palestinos asesinados por discrepar de su tiránico dominio.

Como sucede con el Estado Islámico, no se puede llegar a un compromiso con Hamás. Igual que los terroristas islamistas de Irak y Siria no se dejarán sobornar o engatusar para renunciar a su objetivo de imponerle al mundo su visión de pesadilla de inspiración religiosa, tampoco Hamás quedará satisfecho con nada que no sea la erradicación de Israel y el genocidio de su población judía.

Al igual que con el EI, no hay solución política para un conflicto con Hamás; sólo una militar. Mientras se permita que el movimiento islamista siga en el poder en Gaza, no hay esperanza para la paz entre Israel y los palestinos. Como en el caso de Osama ben Laden y de quienes hoy pretenden asesinar estadounidenses, los operativos de Hamás son un legítimo objetivo de asesinatos selectivos. Si bien puede que la puntería de los ataques de la Fuerzas de Defensa de Israel contra Hamás no sea más perfecta que la de sus homólogos estadounidenses en otros lugares, suponen la única respuesta posible a una ideología que no se puede apaciguar.

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