Un manifiesto para la rendición
Quien quiera defender la unidad de España sólo tiene una manera de hacerlo: defender la Constitución que la consagra.
Si ayer traíamos a estas páginas un manifiesto que realiza un análisis irreprochable de la situación española y que podría –o al menos debería– ser un elemento galvanizador para esa mayoría de españoles que cree en la Nación y en una sociedad de ciudadanos libres e iguales, hoy nos vemos en la obligación de analizar un documento que, lanzado al mismo tiempo, tiene un contenido completamente diferente.
La redacción, que parece apresurada, y la inconsistencia intelectual del texto hacen pensar que, efectivamente, se ha tratado de una operación gestada con rapidez para dar respuesta al anterior, pero el resultado queda muy lejos de opacar el suscrito por gente de la talla de Mario Vargas Llosa, Fernando Savater o el propio presidente de esta Casa, Federico Jiménez Losantos.
En primer lugar, porque es poco menos que ridículo que un texto que trata de abordar el problema del nacionalismo y darle solución ni siquiera mencione la Nación. Ahora bien, no se olvida de citar a las "nacionalidades" catalana y vasca, al parecer sujetos de soberanía más importante y preexistentes a la propia España, a pesar de que lo cierto es que se trata de un término obtuso e indefinido surgido en la negociaciones de la Constitución.
En segundo lugar, porque este grupo de intelectuales, paradigmáticos representantes de lo que hoy es la izquierda en España, no sólo equivocan el diagnóstico sino la solución: en su afán de equidistancia entre los dos "extremismos" –como si fuera lo mismo intentar preservar la unidad de la Nación que subvertir el orden legal para romperla–, proponen un término medio, la solución federal, que tiene de partida garantizado el fracaso: precisamente lo que no quieren los nacionalistas es un acuerdo entre estados iguales, sino mantener una serie de privilegios en virtud de supuestos derechos históricos o nacionales.
Quizá el federalismo podría ser una forma adecuada de organización institucional en España, pero ni es algo enraizado en nuestra historia ni es lo que quieren los nacionalistas. Y, sobre todo, no es un modelo al que se pueda llegar cediendo a un chantaje y para salir del paso, porque si algo define a los chantajistas cuando logran cobrar es la reincidencia. La propia historia de España en las últimas décadas es el mejor ejemplo de ello, especialmente tras aquel nuevo estatuto que iba a colmar las aspiraciones del nacionalismo catalán para 25 años.
La Constitución tiene virtudes y defectos, pero su gran valor aún hoy en día es que fue aprobada con un acuerdo amplísimo y un aplastante 88% de lo votos. El acuerdo que la sustituya o la modifique debe aspirar al mismo apoyo. Y puesto que eso es prácticamente imposible en este momento, quien quiera defender la unidad de España sólo tiene una manera de hacerlo: defender la Constitución que la consagra.
Lo demás es hacer el paripé o, peor todavía, rendirse.
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