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Federico Jiménez Losantos

La batalla de Madrid

Ante este panorama, la respuesta del PP es la de siempre: ninguna. Perder el Gobierno es lo menos que merece esta pandilla de gandules

Si por Rajoy fuera, el PP perdería todos los ayuntamientos y comunidades autónomas en las próximas elecciones. De ese modo, su pánfila deidad sería la única a la que podría encomendarse la derecha española para salvarse de Podemos en las Generales. Ese es el análisis de Arriola, ese es el deseo del propio Mariano y ese es el destino de la España liberal y conservadora si no se producen dos fenómenos paralelos en la clase política y en la propia sociedad: una rebelión interna contra la pachorra calculada del rajoyismo y una resistencia activa contra la marabunta de las hormigas rojas que avanzan desde las pasadas elecciones europeas. Sí, esas que, según proclamaron piafantes la Viceprisadenta y el Ministro del Interior, ganó el PP. Total, sólo perdió dos millones seiscientos mil votos. Exitazo.

Desde entonces, ha abdicado el Rey, ha dimitido Rubalcaba, se ha ido Cayo Lara y todas las encuestas locales y regionales vaticinan una victoria neta, en ocasiones aplastante, de la Izquierda, agrupada en torno al extremismo de Podemos. Los separatistas catalanes y vascos, ante el panorama de crisis institucional, estatal y nacional, concretan sus estrategias de convergencia con ese renacido Frente Popular uno de cuyos elementos de identificación es la aceptación del llamado "derecho a decidir", es decir, la liquidación de la soberanía nacional española, base del régimen constitucional, y alguna forma de aceptación legal de la independencia de Cataluña y el País Vasco.

Ante este panorama, la respuesta del PP es la de siempre: ninguna. Perder el Gobierno es lo menos que merece esta pandilla de gandules que ha terminado de politizar, léase corromper, la justicia y han facilitado una aplastante hegemonía mediática de la izquierda y el separatismo. Lo malo es que el PP de Rajoy no perdería simplemente unas elecciones: asistiría desde el Poder, como Nerón tocando la lira ante el incendio de Roma, a la destrucción de esa forma de Estado y de civilización política que, desde hace muchos siglos, se conoce en todo el mundo con el nombre de España.

Esperanza Aguirre, un paso por detrás de lo que debería, pero varios pasos por delante de lo que acostumbran sus colegas de partido, ha instado a dar la batalla a Podemos en Madrid, que será sin duda la clave de la lucha política que, antes de año y medio, habrá decidido el futuro de la nación. El problema es si hay todavía en el PP, siquiera en el madrileño, fuerza para resistir al derrotismo deliberado del rajoyismo, y si en la sociedad española hay todavía resortes para oponerse a ese silencio de los que una vez fueron corderos y podían alegar inocencia, hoy son borregos y no pueden exhibir más que respetuoso silencioso y lanar acatamiento al matarife que los ha de despenar.

La batalla de Madrid debería ser la última en que se jugara el destino de España, pero es tal el deterioro de la situación política que se ha convertido en la primera, si no la única, para hacer frente a la oleada de mugre demagógica y corrupción institucionalizada que puede llevarse todo por delante. Y cuando digo todo quiero decir exactamente eso: todo. Sólo es cuestión de meses saber si los españoles estamos dispuestos a resistir o a claudicar. De momento, nos estamos rindiendo sin llegar a luchar. Ojalá Madrid cambie el signo de esta guerra que los enemigos de España están ganado sin pegar un solo tiro. O sea, desde que tras el 11M dijeron que dejaban de hacerlo.

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