Siete razones para oponerse a la reelección presidencial
Si no hay reelección, ¿cuál es el periodo ideal? A mi juicio, la fórmula mexicana es la más indicada. Seis años y adiós muy buenas.
Rafael Correa casi seguramente intente reelegirse como presidente de Ecuador. Sostiene la supersticiosa fantasía de que es imprescindible. Es uno de los síntomas del narcisismo. Cuanto más tiempo pase en Carondelet más sufrirá su imagen. Es inevitable. Ésa es una mala idea.
Peor fue la de Daniel Ortega en Nicaragua, quien manipuló la Constitución y el Parlamento hasta hacer posible la reelección perpetua. Seguramente imitaba al venezolano Hugo Chávez, quien en 1998 juraba que sólo ocuparía el poder durante un periodo pero cambió la reglas y se casó con Miraflores hasta que la muerte lo alejó de la poltrona, 14 años más tarde.
La reelección trae más inconvenientes que ventajas, aunque la ejerzan buenos gobernantes como el brasilero Fernando Henrique Cardoso o el costarricense Óscar Arias, dos políticos democráticos que también modificaron las normas. El primero para mantenerse en el poder y el segundo para regresar a la casa de gobierno.
La reelección ni siquiera es aconsejable en periodos alternos, como hoy sucede con Michelle Bachelet y ocurrió en el pasado con Alan García, pese a su segunda magnífica presidencia. Tampoco es útil en Estados Unidos, con sus dos gobiernos consecutivos. No tiene mucho sentido mandar pensando y actuando en función de las próximas elecciones.
Hay varias razones para desaconsejar esa práctica en los sistemas presidencialistas. Se me ocurren, al menos, siete importantes:
- Obstruye el reemplazo generacional, la competencia entre líderes y la circulación de las élites.
- Refuerza el caudillismo en detrimento de las instituciones.
- Cuando se prolonga el mandato, el caudillo se va rodeando de cortesanos que lo halagan y confunden en busca de privilegios.
- Fomenta un tipo de nociva relación mercantilista entre el poder económico y el político. Se retroalimentan mutuamente. Facilita la corrupción.
- Los errores tienden a reiterarse por el conocido Einstellung Effect. No solemos hacer las cosas porque estén bien o mal, sino porque primero lo hicimos de determinada manera y el cerebro es una máquina que aprende y repite los comportamientos.
- Los viejos gobiernos se quedan sin ideas, se van fosilizando, se resisten a las reformas y segregan burocracias calcificadas, cada vez más incompetentes.
- La no reelección refuerza la noción de que lo conveniente es seguir planes de gobierno a largo plazo, pensando en el país y no en periodos cortos. Se llega al poder a medio camino y se entrega a medio camino porque es un viaje que no puede o debe llegar a ninguna parte. Es una obra continua en la que el presidente es sólo un factor transitorio limitado por la ley.
Si no hay reelección, ¿cuál es el periodo ideal? A mi juicio, la fórmula mexicana es la más indicada. Seis años y adiós muy buenas. Se podrá argumentar que el PRI, que gobernó 70 años con más pena que gloria, no es el mejor ejemplo, pues sustituyó al caudillo por el partido, reiterando casi todos los defectos señalados, pero probablemente hubiera sido peor un gobernante que diez, como sucedió durante los 35 años que previamente mandó Porfirio Díaz. Por eso en 1910 Francisco Madero inició la Revolución enarbolando una sabia consigna: "Sufragio efectivo y no reelección".
En todo caso, hay un vínculo muy estrecho entre los valores que existen en la sociedad y el resultado de la obra de gobierno. Los políticos no surgen en el vacío. Son parte de la misma tribu de donde salen los ingenieros, los curas, los soldados o los vendedores de corbatas. No son peores. Si los países escandinavos son los mejor gobernados del planeta no es por las cuestiones formales sino por las virtudes que prevalecen en esas sociedades.
Tal vez el complemento ideal para esos gobiernos presidencialistas de un solo periodo sea la recuperación de una institución jurídica excelente, proveniente de la tradición romana: el Juicio de Residencia. De manera automática, sin que mediara acusación formal, todo gobernante saliente debía someterse a una gran auditoría pública de la que podían derivarse consecuencias penales. Si había mandado bien, se le honraba. Si había violado la ley, se le castigaba.
Tras pasar por el Juicio de Residencia muy pocos querían volver al poder. Incluso los buenos. Estupendo.
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