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Pablo Planas

Policías y Mossos, susto o muerte

Los tres muertos en cuatro meses a manos de los Mossos, simples accidentes, cosas que pasan en el oasis catalán.

Lo mejor que le pudo pasar a Rafael Martín es que lo detuviera la Policía Nacional. Ocurrió durante la final de la Copa del Rey, en Valencia. Desde entonces, este ciudadano, catalán, barcelonista e independentista, no ha dejado de recibir las muestras de solidaridad de amigos, conocidos, representantes y simpatizantes de las más diversas causas catalanistas. Desde el presidente de la Generalidad, Artur Mas, hasta la tertuliana y asesora de la transición nacional (catalana) Pilar Rahola, lo mejor de cada casa se ha interesado por el caso de este joven, a quien uno o varios agentes de la policia habrían agredido hasta dejarle la cara hecha un cromo o, dadas las fechas, un ecce homo. Lamentable.

Periodistas, políticos y tertulianos varios han clamado y claman por platós de televisión, páginas de la prensa y ondas hertzianas contra la brutalidad policial española y el celo respecto de un sujeto cuyo delito habría consistido en portar al cuello una bandera separatista. Esa edulcorada versión del indepedentista despistado en un lavabo de Mestalla constrasta con el atestado policial, que refiere una actitud agresiva, prepotente y nada razonable por parte del tal Martín cuando los policías pretendieron identificarle. Fue tal su oposicion que los agentes no tuvieron más remedio que reducirlo, con el parte de lesiones de todos conocido. Por fortuna, Martín ha salido casi indemne, con un ojo a la funerala y una buena historia que contar alrededor de unas birras en su pueblo, el turístico y selecto enclave de Cadaqués.

Además, ha recogido tantas muestras de solidaridad que debe sentirse reconfortado. Todo lo contrario que los familiares, allegados y deudos de los tres ciudadanos que en los últimos meses fallecieron en el curso de sus detenciones por parte de los Mossos d'Esquadra, el equivalente autonómico de la Policía Nacional. En dos de esos casos, los detenidos agonizaron en plena calle mientras eran sometidos a los metodos policiales más modernos, los de la escuela de policía de la Generalidad. Esos asuntos están bajo secreto de sumario y los mismos que no han dudado en comparar a la Policía Nacional con los esbirros otomanos de El expreso de medianoche muestran su más escrupuloso respeto por la presunción de inocencia de los números intervinientes en las luctuosas maniobras de inmovilización de los detenidos. Ni una palabra, ni un reproche ni una duda han salido de las bocas de los periodistas, políticos y amigos de las artes en general que con tanto golpe de indignación han denunciado a la policía española.

Son los mismos líderes de opinión, por cierto, que habrían aplaudido que los agentes de movilidad que dieron el alto a la expresidente de Madrid, Esperanza Aguirre, hubieran sometido a la temeraria conductora a los protocolos de identificación de los Mossos d'Esquadra. Las diferencias son obvias, como obvio es también el doble rasero y los efectos del adoctrinamiento social. Las cuatro trompadas a Martín son el último crimen de Cuenca; los tres muertos en cuatro meses a manos de los Mossos, simples accidentes, cosas que pasan en el oasis catalán. Así que Martín, en el fondo, desconoce la suerte que ha tenido.

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