Los totalitarismos fracasan
El hecho de que el adoctrinamiento totalitario deje pocos rastros o se convierta en un bumerán contra los adoctrinadores no lo vuelve menos nefasto.
Cada uno de los líderes e ideólogos de los regímenes totalitarios que han desfilado por el mundo alimentó la convicción de que el suyo sería el definitivo. Y a veces murieron convencidos de que tenían razón: vieron perdurar el régimen cuando ellos ya estaban agonizando. Les sucedió a Lenin y a Stalin, a Mao y a Tito, a Franco, a Perón y a Chávez. En cambio, Hitler, Mussolini, Sadam Husein y Gadafi no tuvieron esa suerte y asistieron, antes de morir, al ocaso de sus satrapías. Pinochet y Videla sobrevivieron para ver cómo aquellos que habían intentado exterminar conquistaban el poder ungidos por el voto de los ciudadanos. El tiempo dirá en qué categoría se situarán los hermanos Castro, aunque es razonable conjeturar que su variante de totalitarismo correrá la misma suerte que corrió en China. Al final, los totalitarismos fracasan, aunque el fracaso del peronismo no lo ha hecho desaparecer sino que continúa degradando Argentina, país que fue un modelo de civilización y hoy lo es de descomposición tercermundista.
Domesticación esclerosante
Este fenómeno deja lecciones que conviene aprender, porque también es cierto que, dadas las características de la naturaleza humana, seguirán repitiéndose, con mayor o menor frecuencia, los experimentos políticos de matriz totalitaria. De modo que lo mejor es ser precavidos. Y para serlo hay que tener presente la capacidad de la mente humana para asimilar, rechazar o transmutar en su contrario lo que les inculcan los adoctrinadores. Así es como se pueden reclutar multitudes de fanáticos que a las primeras de cambio se revuelven contra lo aprendido, o le dan una interpretación muy distinta a la original. Los ejemplos están a la vista.
Las escuelas de los países comunistas, donde se inculcaba el ateísmo, el igualitarismo y el internacionalismo proletario en sus versiones más primitivas, han sido el semillero de millones de militantes religiosos, depredadores y chovinistas. Los cursos de nacionalcatolicismo esquemático y dogmático de las escuelas franquistas formaron generaciones indiferentes u hostiles a todo lo relacionado con la religión y con los valores de la convivencia ciudadana. Afortunadamente, quedan pocos vestigios de las enseñanzas impartidas a los jóvenes nazis y fascistas, aunque sus ecos repercuten en las nuevas modalidades del totalitarismo populista y nacionalista.
El hecho de que el adoctrinamiento totalitario deje pocos rastros o se convierta en un bumerán contra los adoctrinadores no lo vuelve menos nefasto. Antes de que quede neutralizado o se reviertan sus efectos, puede entorpecer el desarrollo intelectual de muchas camadas de jóvenes que no tendrán acceso a las virtudes de la libertad de pensamiento y estarán sometidos a un proceso de domesticación esclerosante. Con el consiguiente despilfarro de tiempo, energías y capitales.
Por eso es incomprensible que mi admirado Fernando Savater insista en reivindicar Educación para la Ciudadanía, una asignatura ideada para contagiar a las nuevas generaciones la estolidez del zapaterismo y que, dado el caos que impera en nuestro sistema de enseñanza, cada maestrillo, y sobre todo los totalitarios, habría acomodado a sus prejuicios. Asusta pensar lo que habrían hecho con ella los directores de las ikastolas de la comunidad vasca o de las escuelas catalanas que se niegan a dictar un mezquino 25% de horas de clase en castellano. O los acólitos del cardenal Rouco Varela y del ministro Ruiz Gallardón. O los camaradas de Cayo Lara. O los admiradores de la monja antisistema Teresa Forcades. O los insurgentes de la cuadrilla de Oriol Junqueras, que también es profesor. Cada cual a su aire y todos a una contra la sociedad abierta.
Un gran bostezo
Es en este contexto donde hay que situar la campaña de propaganda masiva que desarrolla, por todos los flancos, el conglomerado secesionista que gobierna Cataluña. Campaña esta que no solo no perdona a los niños y jóvenes, sino que los tiene como primer objetivo, cautivos e indefensos.
La conclusión obvia, después del análisis precedente, es que el lavado de cerebro que está en marcha no servirá de nada o incluso será contraproducente. Hartos de tanto discurso maniqueísta reñido con la realidad circundante y reacios en razón de su edad a dejarse manejar como títeres, los reclutas en ciernes se volverán objetores de conciencia o francamente rebeldes. No serán más dóciles que quienes fueron educados para vivir como comunistas ateos y se convirtieron en capitalistas religiosos, o que quienes se saturaron de nacionalcatolicismo hispánico y hoy solo depositan su fe en los mitos tribales de su parcela endogámica. Primeramente llevarán la contraria y después, cuando hayan aprendido a manejar las herramientas de la libertad de pensamiento, elegirán su propio camino. Acertado o no, pero el propio y no el de los manipuladores de voluntades.
Con un añadido. Todos los regímenes totalitarios contaban con líderes carismáticos e ideólogos fogueados en las trincheras de la dialéctica, que desplegaban recursos para atraer multitudes. Multitudes que se dejaban empujar al sacrificio y la muerte, hasta desembocar en la desilusión de los supervivientes cuando ya era demasiado tarde. Pero acá… Hagamos un balance. ¿Los que se hacen pasar por líderes lo son de veras o solo se trata de aprendices de brujos que confunden sus alucinaciones con la realidad? ¿Qué posibilidades tienen de materializar los objetivos anunciados? Y si los materializaran, ¿cuáles serían los beneficios prácticos? ¿Levantar fronteras entre compatriotas? ¿Autoexcluirse de la Unión Europea, como han advertido todas las voces autorizadas? ¿Cercenar el derecho de los ciudadanos a gozar de las libertades propias de una sociedad abierta con el pretexto de resucitar los usos, costumbres e instituciones de la idealizada Edad de las Tinieblas?
Comprobaremos que para llegar a la desilusión en este caso desprovisto de ribetes épicos no se necesita recorrer un largo trayecto. Ya hemos perdido demasiado tiempo, dinero, energías y talento en el ensayo de crear un nuevo orden contaminado por injertos totalitarios. Todo en vano. Después del fracaso inevitable y del primer estallido de indignación de quienes fueron arrastrados a manifestaciones y cadenas humanas por una cofradía obstinada en acumular privilegios, y después de la retirada en masa de estos falsos profetas y sus vasallos, el desenlace más pacífico y razonable solo podrá ser un gran bostezo. ¡Qué aburrido resultó ser, después de tantos aspavientos, el crucero a Ítaca!
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