No fuimos héroes
Una vez superado el primer estremecimiento, lo que hicimos no fue de héroes sino la mayor exhibición de cainismo de nuestra historia moderna.
Nos gusta mucho creer lo contrario, pero no, los españoles no fuimos héroes tras el 11-M; de hecho, en aquellos días y desde entonces, al menos como sociedad, hemos sido más bien lo opuesto a héroes.
Nos gusta mucho decir lo contrario, y nos repetimos continuamente que la reacción del pueblo de Madrid fue magnífica –y es cierto que lo fue– y que todo el mundo donó sangre, y que los servicios de emergencia y los hospitales y los policías y todos los implicados hicieron un trabajo impresionante –y ciertamente lo hicieron, aunque en algunos casos para el mal–. Pero, más allá del sobresalto, poco después de los estallidos, una vez superado el primer estremecimiento lo que hicimos no fueron actos de héroes, sino la mayor exhibición de cainismo de nuestra historia moderna.
Nos gusta mucho llamar a las cosas por los nombres que no son, porque una sociedad que rápidamente se vuelve contra sí misma no es heroica, una sociedad que busca los culpables entre los enemigos políticos en casa y no entre los asesinos no es heroica, una sociedad que se arrodilla y se retira para no sufrir más no es heroica. No creo que el 11-M cambiase la sociedad española, pero sí fue el punto de saturación que precipitó el cambio ya latente, la gota que colmó el vaso. Y a partir de entonces, desde luego, ya nada volvió a ser lo mismo.
Nos gusta mucho creernos los mejores, los más puros, los más valientes, pero un país que elige a los que sabe que se rendirán no es valiente, un país que en lugar de gritar "¡España, España!" –como gritaban los americanos "USA, USA!" en la Zona Cero de las Torres Gemelas– grita "¡Asesino!" al presidente del Gobierno no es valiente.
Nos gusta mucho decir, y lo decimos con voz campanuda cada 11-M, que los atentados sirvieron para unirnos y que lo importante es la unidad de todos, pero no se ha buscado la unidad sino imponer la versión que convenía a algunos y machacar a los que, con datos y argumentos, no lo veían claro.
Nos gusta mucho convencernos de que no vamos a olvidar, pero lo cierto es que ya hemos olvidado y que, además, lo hemos hecho con toda la intención, hemos decidido no sólo olvidar sino no saber, que todavía es peor.
Nos gusta mucho creer que, como dijo aquel, "los ciudadanos españoles se merecen un Gobierno que no les mienta", pero lo cierto es que hemos demostrado que nos gustan las mentiras y que nos merecemos Gobiernos mentirosos. Quizá por eso desde el 11-M no hemos tenido uno, sino dos.
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