Queremos no saber
La existencia de pruebas falsas, las numerosas contradicciones y la imposibilidad de saber qué explotó en los trenes hacen que sólo estemos seguros de que nos han mentido.
No es fácil imaginar qué escribirán los historiadores de dentro de cien años sobre el 11-M. No sólo porque con toda probabilidad dispondrán de más evidencias que nosotros, sino porque el tiempo altera el punto de vista. Sin embargo, sí estoy convencido de que dirán que cambió la Historia. No sólo, sino que lo hizo porque los políticos españoles se pusieron en disposición de que un atentado terrorista lo hiciera. A media mañana del mismo 11 de marzo, todos sabíamos que el crimen influiría en el resultado de las elecciones. Como también sabíamos que lo haría de diferente forma según quién se dijera que había sido su autor. De ser la ETA, el PP barrería. En caso de haberlo cometido los islamistas, el PSOE ganaría unas elecciones que tenía perdidas.
No dice mucho de nosotros que un atentado terrorista pueda condicionar nuestro voto hasta ese punto. Pero la verdad es que la culpa fue sobre todo de los políticos. Lo que nos hizo tan susceptibles de ser influidos por un ataque terrorista fueron dos actuaciones contrapuestas del PP de Aznar en el Gobierno y del PSOE de Zapatero en la oposición.
Por un lado, Aznar se metió en la Guerra de Irak sin preocuparse de reunir cierto consenso acerca de cuál iba a ser nuestra participación. Es verdad que en realidad no fuimos a la guerra. Es verdad que todo el mundo creía que había armas de destrucción masiva en Irak porque Sadam Husein se había preocupado en hacérnoslo creer para prevenir una posible invasión iraní. Es verdad que había una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba la intervención. Pero también es inequívocamente verdad que, más o menos engañados, la gran mayoría de los españoles, incluidos muchos votantes del PP, se oponía a respaldar la intervención de Estados Unidos en Irak.
Por otro, el PSOE de Zapatero había empezado a negociar a espaldas del Gobierno con los terroristas de la ETA el abandono de las armas y a tantear qué condiciones pondría la organización. Tan grosera violación del pacto antiterrorista, encaminada a sabotear la política de firmeza de Aznar y privarle del mérito histórico de haber derrotado a los terroristas, dejó expuesto al PSOE a sufrir una durísima derrota electoral si la banda decidía atentar gravemente poco antes de las elecciones de 2004. Ello habría convencido al electorado de que el PSOE de Zapatero era excesivamente blando y que lo que merecía la ETA era la firmeza del PP de Aznar y su sucesor.
Y el atentado ocurrió. Naturalmente, al principio, los ojos se volvieron hacia la banda terrorista vasca. No sólo porque era la habitual responsable de la mayoría de los atentados registrados en España en los últimos 40 años, también porque unos meses antes había intentado cometer uno similar y había sido interceptada una furgoneta cargada de explosivos en ruta hacia Madrid. Sin embargo, el portavoz de los terroristas, Arnaldo Otegi, en improvisada rueda de prensa, quiso recordar que teníamos tropas en Irak. El Gobierno, por su parte, siguió encelado en la autoría de ETA, consciente de que si la hipótesis lograba mantenerse en pie hasta el 14 ganaría las elecciones. Desde el PSOE contrarrestaron la jugada difundiendo la noticia falsa de que habían sido localizados terroristas suicidas dentro de los trenes.
Al final, la detención de unos hindúes, que no podían ser etarras, pero tampoco terroristas islámicos, y la de un marroquí hicieron que los españoles fuéramos a las urnas convencidos de que nuestra participación en Irak, en contra de nuestra mayoritaria voluntad, nos había acarreado tamaña desgracia. Naturalmente, el PP perdió y el PSOE ganó.
Luego, unos pocos han descubierto que la versión oficial hace aguas por muchas partes. Pero la existencia de pruebas falsas, reconocidas como tales oficialmente –como es el caso del Skoda Fabia–, las numerosas contradicciones –como es decir que fue la célula de Leganés la que puso las bombas y no condenar por el atentado al único superviviente de dicha célula, y condenar en cambio a alguien de quien no se ha demostrado que perteneciera a ella– y la imposibilidad de saber qué explotó en los trenes hacen que sólo estemos seguros de una cosa, que lo que nos han contado está cuajado de mentiras.
Y, sin embargo, un buen número de españoles está empeñado en creerlas y se niega a enterarse de los fallos de la versión oficial. Lo hacen con la inestimable ayuda de la mayoría de los medios, que, además de evitar debatir sobre esas quiebras, desdeña a quien lo hace acusándole de querer ver fantasmas donde no hay más que unas ligeras dosis de caos. Y lo menosprecia atribuyéndole la torticera intención de desacreditar al PSOE, su victoria y su negociación con ETA, ésa que ha traído finalmente la paz a España. Así que tanto para esos españoles como para esos medios lo mejor es no enredar y que PSOE y PP se sigan alternando en el Gobierno a golpe de dos legislaturas cada uno. Es como si el 11-M no hubiera tenido otra finalidad que la de apuntalar un régimen de turnos basado en un montón de mentiras. No son los mejores cimientos para construir una democracia.
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