Leyes raciales y lingüísticas en el fútbol 'español'
El Barsa no es Cataluña, sino un medio de difusión del separatismo que en lo deportivo intenta no pagar impuestos.
Afirmaba Anson en los noventa que su equipo era el "Atlético" de Bilbao, "el único que juega con once españoles". Al entonces director del ABC le entusiasmaba el balompié tanto como una partida de críquet, que también es once contra once. Su pasión sobre el particular oscilaba entre poco y nada, pero le alcanzaba para intuir que el "Atlético" de Bilbao se parecía a un club español lo mismo que un huevo a una castaña. Eso mismo, poco o nada. De ahí que Anson, en lo futbolístico, se manifestara bilbainista, a su manera y por chinchar. Pero en parte tenía razón porque pocas cosas puede haber más españolas que once bigardos vizcaínos en pantalón corto. Diga lo que diga Iríbar, el "Atlético" de Bilbao es el colmo de una hispanidad tal vez mal entendida.
Otra cuestión es que una alineación de ese club sea, como mínimo, inconstitucional, puesto que discrimina a los españoles nacidos a más de doscientos kilómetros de Bilbao o que no sean hijos de vasca o vasco. La aplicación en una sociedad deportiva de unos criterios raciales tan estrictos se contempla y se tolera como una sana particularidad de la idiosincrasia euskaldún. En cambio, si al Bayern de Múnich le diera por imponer semejante política y sólo contara con jugadores bávaros (hijos de bávaros o de turcos, pero nacidos en Baviera y bavierizados) habría que ver cuántos partidos le dejaban jugar en la Bundesliga o en las competiciones europeas.
Tan español como el Bilbao es el Barsa. En eso tiene toda la razón el presidente del Consejo Superior de Deportes, Miguel Cardenal, a la sazón secretario de Estado. El tal consejo, de índole gubernamental, es uno de los grandes poderes fácticos de España. Baste decir que Zapatero puso al frente de esa cosa a Jaime Lissavetzky al objeto de contentar a Rubalcaba para comprender la dimensión del órgano. Cualquier lector del Marca sabe, por lo demás, que el Consejo Superior de Deportes es quien decide cuántos partidos de suspensión le caerán a Cristiano por cabecear un mechero o si Costa es digno de ser convocado por la selección. Así que Cardenal es el juez supremo y el supersopla del deporte en España, un personaje que tiene entradas para la final del Mundial, ¿vale?
El Barsa, por su parte, es un club cuyo penúltimo presidente dejó de serlo un día después de que trascendiera la investigación de la Audiencia Nacional por un supuesto trinque mayúsculo, presunta evasión fiscal, aparente desviación e hipotética defraudación en el fichaje de Neymar, un futbolista. Hace unas semanas, cuando afloró el asunto, ese presidente, Sandro Rosell, no dimitió, se eyectó de la poltrona con una celeridad más sospechosa que sus idas y venidas de Londres a Río. Y hace pocos días el Barsa depositó en la Agencia Tributaria 13,5 millones de euros para intentar rebajar una multa que podría alcanzar los cincuenta, tirando por lo bajo. Entre comisiones, derechos, cláusulas, provisiones, adelantos y talones, la contratación del nuevo Garrincha puede haber sido uno de los golpes a lo Ocean's Eleven más audaces desde los tiempos de Javier de la Rosa. Y va Cardenal, el gran mandarín del fútbol, nombrado por el Gobierno, y escribe un artículo en El País en el que dice que se acosa al Barsa y que el Barsa es el que más impuestos paga, un orgullo de España. Es como si Eliot Ness se hubiera dejado convencer por Al Capone de las bondades del tráfico clandestino de licores, a efectos fiscales.
Cardenal, al parecer, también es del Bilbao, como Anson y el presidente de la Federación, Villar. Y como para Villar, su segundo equipo es el Barça, con lo que se pasa de la pureza racial a la inmersión lingüística, que es lo que se exige a los jugadores azulgranas, de Iniesta al camerunés Song. ¿Cómo? Lo ha dicho Touré Yaya, un excentrocampista del club ahora en el Manchester City. Con ese nombre ya se imaginan que no es de Santpedor, sino de Costa de Marfil. "El jugador que va al Barça debe aprender catalán, es importante para la región y para el barcelonismo", ha declarado el futbolista, en catalán, como Puyol en su retirada. Lo de la región se le habrá escapado, pero lo de la lengua lo tiene clarísimo. Y es que se considera culé.
Suponiendo que el Barsa fuera el colmo de la españolidad y que su segunda equipación luciera la bandera de España, como la del Barcelona brasileño; tal cosa seria irrelevante a efectos legales. El Cádiz, que es un equipazo, está a punto de desaparecer y al presidente del Consejo Superior de Deportes le importará una higa, como el futuro del Valencia o las penalidades del expresidente del Sevilla. El Barsa reconoce que ha defraudado a Hacienda y el mismo opaco delegado de deportes se casca una artículo en contra del juez Ruz y en contra la Agencia Tributaria por investigar esos hechos. Mucho sentido no tiene. En otros países Cardenal se habría aceptado a sí mismo la dimisión ipso facto, como Rosell.
Ahora bien, el artículo ha causado sensación en Barcelona. Cardenal cree en la teoría de la conspiración, como Artur Mas, y da la razón a quienes identifican al Barsa con Cataluña. Y no es eso. El club no es Cataluña, sino un medio de difusión del separatismo que en lo deportivo intenta no pagar impuestos. Que hace trampas y el árbitro lo consiente. Y cuando la grada ve estas cosas, levanta los brazos y grita "¡Manos arriba, esto es un atraco!". Simplemente.
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