1.783 razones para comer sin miedo maíz transgénico
No les veremos manifestándose delante de un hospital porque la insulina que salva la vida a sus hijos diabéticos sea también transgénica.
El maíz transgénico Pioneer 1507 ya está aprobado. La Unión Europea ha autorizado su uso esta semana con el voto mayoritario de cinco países, entre ellos España. Para tomar esta decisión ha necesitado 13 años, no está mal. Casi tres lustros de tediosa y dilatada discusión a pesar de que se contaba con seis informes científicos favorables y una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE que obligaba a tomar una resolución final.
El maíz transgénico lleva años cultivándose en todo el mundo y se ha comprobado que es seguro. Incluso se ha podido demostrar que, en contra de la preocupación del Parlamento Europeo, no afecta a la fauna de artrópodos de los lugares donde se cultiva.
Todo eso da igual. Los medios de comunicación han vuelto a alertar de la amenaza que supone para el medio ambiente la introducción de esta variedad. Muy explícita fue la portada del diario alemán Die Tageszeitung que mostraba unas mazorcas de maíz a modo de dedo insultante con el título "Que te follen, Europa". Precisamente, la abstención de Alemania ha resultado decisiva para la autorización de este maíz que cuenta con la aprobación de España, Reino Unido, Suecia, Finlandia y Estonia. Ignoro en qué se basan los corteses editores germanos para asegurar que el P-1507 es peligroso. Pero sí sé en qué no se basan: no se basan en la incontestable realidad científica.
El Pioneer 1507 es una variedad de maíz con dos modificaciones genéticas que le hacen producir una toxina contra la plaga del taladro y, al mismo tiempo, lo convierten en superresistente al herbicida glufosinato. Es decir, es un maíz que puede combatir más fácilmente una de las mayores amenazas a la actividad cerealística (la plaga del taladro) y que ya hace que agricultores estadounidenses y asiáticos sean más competitivos que los nuestros.
Es evidente que quienes se oponen con tanto empeño a su introducción tendrán sus propias fuentes de información. Desconozco cuáles son. Pero sí sé cuáles no son.
No es, por ejemplo, el informe de 2013 de la revista Critical Reviews in Biotechnology en el que se analizaba toda la literatura científica disponible sobre alimentos modificados genéticamente en los últimos 10 años. Los expertos autores de este estudio analizaron 1.783 publicaciones. De ellas, 847 se referían al efecto de los transgénicos sobre el medio ambiente, 770 se centraron en los posibles peligros para la salud humana y animal y 166 eran comentarios y refutaciones a otros estudios. De todo ese material se extrajo la conclusión de que no es posible detectar un riesgo evidente derivado del uso de estos alimentos. El informe terminaba advirtiendo de la necesidad de mejorar la comunicación científica hacia el público general "resaltando la inocuidad de estos cultivos con el fin de generar el impacto que esta tecnología merece". Está claro que los medios europeos no lo leyeron.
Seguramente tampoco han leído (o no han querido leer) el artículo que publicó este año la revista Environmental Entomology sobre la presencia de artrópodos en los campos de maíz modificado genéticamente en Sudáfrica. En él se concluye que no existe diferencia sustancial en la fauna de insectos, arácnidos y otros invertebrados de estos campos si se compara con la fauna de campos donde no se cultiva maíz Bt. Es decir, las especies y microespecies de artrópodos que conviven con maíz transgénico no se ven afectadas.
A buen seguro, los ecologistas que se ciscan en Europa tampoco habrán tenido tiempo de analizar los datos de las autoridades sanitarias de medio mundo que indican que el 95 por 100 de la remolacha azucarera en Estados Unidos es ya transgénica, el 85 por 100 de la soja que llega a la UE también lo es, como lo es el 100 por 100 de los piensos que consumen nuestros animales, sin que haya habido una crisis sanitaria o ambiental derivada de ello. Y, por supuesto, se les habrá escapado que en 2013 se superó el récord mundial de agricultores que se han apuntado al cultivo transgénico, con 18 millones de profesionales en 27 países distintos. Pero, claro, qué sabrán los agricultores de agricultura y seguridad alimentaria... total, sólo llevan alimentando al mundo 10.000 años.
El persistente rechazo a la agricultura biotecnológica entre algunos políticos y casi todos los medios europeos es uno de los ejemplos más asombrosos de pseudociencia institucionalizada. Si otros aspectos de la actividad científica (desde la forma de los agujeros negros hasta el cambio climático) gozaran de un consenso científico tan amplio como lo tiene la inocuidad de los alimentos modificados, no habría casi debates en el mundo. Pero mientras en Europa cuesta 13 años y millones de euros perdidos en oportunidades comerciales autorizar una sola variedad, en Estados Unidos, África y Asia los agricultores se aprovechan de nuestros remilgos y compiten en el mercado de la alimentación con ventaja sobre los europeos.
Si algún país europeo, como corresponde ahora, decide adoptar esta modalidad recién autorizada, a buen seguro veremos manifestaciones de Greenpeace delante de los cultivos. Ignoro cuál será su motivación, pero estoy seguro de una cosa: no les veremos manifestándose delante de un hospital porque la insulina que salva la vida a sus hijos diabéticos sea también transgénica.
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