¿Qué tienen de malo los empollones?
Hágase un Gobierno con gente que provenga del mundo de la empresa y no se oirán murmullos, sino gritos.
En busca de explicaciones a los defectos de los políticos españoles, se ha dado en atribuirlos, por resumir, al predominio de los burócratas, sean de la Administración pública o del partido. Tipos que han pasado años preparando oposiciones, que han sido funcionarios (o apparatchiki), que no han trabajado en empresas ni las han montado, que han viajado poco y no hablan más que el idioma propio, y aun con variable soltura, están necesariamente incapacitados, se dice, para entender las complejidades del mundo actual y afrontarlas con la agilidad y las nuevas ideas que requieren desafíos tan cambiantes.
Muy bien, vale, demos por bueno el diagnóstico, de momento, y supongamos que el perfil ideal del político es el de una persona curtida en el sector privado, que es lo que marca la diferencia esencial. Estamos en la idea, en absoluto novedosa, de que nadie puede gestionar mejor el Estado que quien han gestionado bien una empresa. De hecho, esto se llevó a la práctica, cómo no, en Estados Unidos, y de modo muy literal en los años veinte del siglo pasado, cuando el presidente Harding, para quien la política no era cosa de gran importancia, llevó al Gobierno a un fabricante de coches, dos banqueros, un director de hotel, un ranchero, un ingeniero y sólo a dos políticos profesionales. Justa o injustamente, quedó estigmatizado como uno de los Gobiernos más corruptos de la historia de EEUU.
Ahora bajemos a la arena, a la nuestra, y pregúntese cómo recibiría la opinión pública un Gobierno de aquel estilo, pero actualizado, con personas de alta formación y amplia experiencia en la empresa privada. En realidad, no hace falta imaginarlo; basta recordar cómo se recibió a De Guindos: ¡el exejecutivo de Lehman Brothers!, ¡el hombre de Goldman Sachs! O sea, se le recibió, y justo por su actividad en el sector privado, como un sospechoso de tomo y lomo. Cierto, no todo el mundo, pero muchos. Hágase un Gobierno con gente que provenga del mundo de la empresa y no se oirán murmullos, sino gritos. El empresario tiene por aquí tan mala imagen que incluso se ha inventado un eufemismo para maquillarlo, el de emprendedor.
Siempre podemos mandar a paseo a la opinión pública y sus prejuicios, pero a fin de testar el diagnóstico aquel demos una vuelta por ahí fuera. Alemania, que ostenta la economía más saneada de la Eurozona, está liderada por Merkel, una Frau Doktor empollona, cuya vida laboral anterior a la política transcurrió íntegra en el sector público: en el de un Estado comunista, para más. En Francia tenemos a Hollande, que, amoríos aparte, ha sido un hombre estable, es decir, del establishment político de toda la vida, como suelen ser los enarcas. En EEUU está Obama, otro que tal baila: abogado de derechos civiles, community organizer, profe de universidad y senador. Igual se me escapa alguno, pero el único dirigente político relevante de los últimos decenios con un largo historial como empresario, inversor y dinámico emprendedor a fin de cuentas es el inefable Berlusconi. Ah, y aquí, localmente, Jesús Gil. Me parece que será necesario afinar un poco más en la búsqueda de explicaciones.
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