Vox, una propuesta democrática y liberal
Lo que queremos es una democracia mejor en una sociedad más libre, más moderna y más capaz de crear riqueza, progreso y bienestar.
Vox es un proyecto político que parece haber nacido con fortuna, pero, como todo lo que innova, no sin riesgos. No solo los adversarios, que están para eso, sino muchas personas de buena voluntad pueden tender a encasillarnos como un partido al servicio de las víctimas y de la unidad nacional, y aunque ambos formas de considerarnos sean motivo de orgullo, resultan insuficientes para comprender lo que pretendemos y esperamos lograr. Ni Vox es de nadie, salvo de sus militantes y simpatizantes, porque la democracia interna más abierta y consecuente va a ser una seña permanente de nuestra actuación, ni esas dos causas tan nobles constituyen la raíz de la que nos nutrimos. Nuestro pensamiento brota del amor a la libertad, y a la democracia como su mejor encarnación política, y, consecuentemente, de nuestro amor a España, porque no puede haber democracia alguna si no se parte de un espacio, un censo, y una ley, que, en este caso, es la Constitución de 1978, que apreciamos y que, por ese mismo aprecio, a ella y a la Nación que la funda, queremos mejorar.
Nuestro manifiesto político, que está a la vista de todo el mundo en la página web del partido, y nuestra agenda para el cambio son bien claros al respecto. En primer lugar, defendemos una cultura política capaz de impedir que la democracia sea burlada, pedimos el apoyo y la participación, pero queremos ayudar, sobre todo, a que los ciudadanos no se inhiban, a que sepan exigir de los poderes públicos ética, transparencia y rendición de cuentas. Precisamente por esto, tenemos que recordar que la democracia se funda en una previa renuncia a la violencia, razón por la cual nunca se puede ceder ante los que tratan de violentar la ley o la voluntad popular, por las armas, como ETA, o por confusas razones étnico-históricas, como pretenden hacer otros. Nosotros no consideramos a los ciudadanos como contribuyentes y a los gobernantes como los dueños de nuestro destino, sino que queremos recordar que el poder reside en la soberanía popular, que la democracia se legitima mediante la participación, la discusión civilizada y el control popular, y que los políticos deben ser servidores de la democracia, no dueños de ella. Los males de la democracia, lo dijo Tocqueville, solo se curan con más democracia.
La experiencia de estos años nos hace reclamar con urgencia una ley de partidos que garantice su apertura a la sociedad y la democracia interna, porque sin esas dos condiciones los partidos tienden a convertirse, fatalmente, en arrogantes máquinas de poder atentas únicamente a los intereses de quienes los controlan: esta y no otra es la causa de la corrupción tan general que nos sonroja, pero que hay que evitar removiendo las causas que la hacen posible, una cultura política ciudadana escasamente exigente, la opacidad y el secretismo, al servicio del interés particular de los políticos, lo que ha llevado a recortar, hasta límites ridículos, la autonomía de los jueces para aplicar la ley a todos, sin acepción de personas y sin miedo a los poderosos.
La libertad económica es la otra cara de la libertad política. Siempre que el Estado crece y controla la actividad económica, cosa que viene sucediendo especialmente en las última décadas, las libertades económicas y las políticas retroceden, de manera que hay que poner freno y marcha atrás a ese proceso, porque la libertad está en juego, aunque muchos ciudadanos no sepan verlo. Si los ciudadanos no insisten más en la necesidad de reducir la carga fiscal, y en que las administraciones públicas dejen de expoliarnos con un gasto público descontrolado, ineficiente y perverso, se debe a que no caen en la cuenta, por ejemplo, de que de cada euro del recibo de la luz, 62 céntimos van a manos de los poderes públicos, y lo propio podría decirse de la gasolina. Los políticos tienden a ser insaciables y están dispuestos a lo que sea, menos a apretarse el cinturón, piensan que para eso ya estamos los demás, sobre todo mientras no nos enteremos. Necesitamos libertad para crecer y para desarrollarnos y crear oportunidades de negocio y de empleo, algo que no sabe hacer el Estado y que, cuando lo hace, es siempre a unos costos inasumibles: esto es exactamente lo que nos pasa. Nuestro paro no viene de que seamos poco creativos o malos trabajadores, sino de que las administraciones nos arrebatan cualquier capacidad de inversión y, con sus continuas arbitrariedades, crean una atmósfera de inseguridad jurídica que hace imposible la inversión y el empleo.
El mejor ejemplo de hasta dónde pueden llegar los políticos con nuestro dinero es el disparate autonómico en su forma actual. La existencia de ese tinglado supone un gasto, que pagamos entre todos, de varios miles de euros anuales por habitante y año, además de que trae consigo la imposición de unas trabas realmente ingeniosas que, contra toda lógica, impiden el crecimiento de la economía, la productividad y el empleo. Habría que preguntar a los ciudadanos si están dispuestos a que su autonomía les cueste lo que les cuesta, y deberían empezar por saberlo, pero es más fácil echarle la culpa a que España nos roba, aunque lo asombroso es que alguien se lo crea.
Vox es, por tanto, un proyecto liberal, al servicio de la libertad y de la democracia, que va a defender con pasión y persistencia la trasparencia política y administrativa, la rebaja de impuestos, el fin de las subvenciones, ese magnífico chollo con que los políticos acaban por comprar la libertad de quienes lo reciben, y la reforma del Estado para que se convierta en un servicio ligero y eficaz que proporcione, con un coste adecuado y prudente, aquello que sólo él puede darnos, la Justicia, la seguridad y las relaciones exteriores, de modo que se vaya apartando progresivamente de todos los terrenos en los que se ha inmiscuido de manera ilegítima e ineficiente, facilitando la corrupción, el oscurantismo y la mentira descarada a los ciudadanos.
Lo que queremos es una democracia mejor en una sociedad más libre, más moderna y más capaz de crear riqueza, progreso y bienestar, acabando con un paro escandaloso al que pretenden que nos acostumbremos como si fuese una maldición bíblica, cuando no es sino el resultado lógico de un aplastamiento de las capacidades de la sociedad civil por los caprichos de una administración insaciable, incoherente, ineficiente y corrupta.
José Luis González Quirós, profesor de Filosofía y presidente del comité provisional de Vox.
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