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Pablo Planas

La cruzada catalanista, bajo palio

El nacionalismo catalán es un hecho religioso, un dogma político alentado desde los campanarios, amparado en los claustros y jaleado en las sacristías.

El nacionalismo catalán es un hecho religioso, un dogma político alentado desde los campanarios, amparado en los claustros y jaleado en las sacristías. Convergencia nació en Montserrat y Artur Mas acaba de declarar la reanudación de las hostilidades de la Guerra de Sucesión en la catedral de Lérida. La novedad en el discurso nacionalista no es, por tanto, la urdimbre del peculiar y sectario nacionalcatolicismo catalanista, que ha logrado despoblar templos y seminarios, sino la incorporación de una fraseología bélica en la retórica institucional. Mas, que fue sargento en las milicias universitarias, ha dado en incurrir en toda clase de excesos verbales de corte militarista al establecer un desquiciado hilo conductor entre 1714 y la política actual. Decir, por ejemplo, que las bayonetas de los catalanes de hace trescientos años son ahora los votos puede parecer una floritura retórica, pero las alusiones a la resistencia, la guerra, el enemigo, las armas y las bombas se han convertido en uno de los ejes vertebradores e identificativos del separatismo, ya sea a través de las felicitaciones de Navidad, con la candorosa estampa de las fortificaciones de la ciudad en el siglo XVIII, bien en los homenajes ante las tumbas de Companys y Macià o en los discursos del día a día. Cataluña es un Alcázar por el que Mas se pasea como Custer en Little Big Horn, entre arengas y palmetazos en la espalda.

Una chaladura, pero los medios de comunicación catalanes, públicos y subvencionados, exhiben la retórica de un "conflicto" y una "guerra sucia" que es, además, una coartada para tapar la corrupción. Pero esta cortina de humo no sólo alcanza a los responsables del saqueo del Palau de la Música o a Oriol Pujol, que acaba de ser reimputado, esta vez por soborno. El patético recurso abarca incluso la investigación sobre el fichaje del futbolista Neymar, que se interpreta como una ofensiva recentralizadora, el efecto de un enfrentamiento soterrado, pero real. La psicosis bélica lo impregna casi todo, desde la formulación de los simposios históricos hasta las exposiciones del 1714, dirigidas al público infantil. Lo último ha sido la incorporación de trabucaires en las exhibiciones de la Asamblea Nacional Catalana, el brazo cívico del separatismo que organiza recogidas de firmas, ventas de banderas y cadenas humanas, lo que confiere a sus actos un tono francamente sobrecogedor, más allá, mucho más, de lo cazurro-bizarro.

La mezcla de componentes religiosos y militares en la fraseología de Mas oscila entre el primitivismo y el populismo de frente nacional, se balancea sobre nociones muy pedestres del sacrificio y el deber y pretende consolidar un marco de nación oprimida, ocupada y sojuzgada militarmente desde hace tres siglos. Burdo, grosero y ridículo, pero eficaz. La obsesión es tal que la prensa soberanista ha llegado a establecer nexos argumentales entre las fechas elegidas por Rajoy para presidir una convención de su partido en Barcelona, los próximos días 24 y 25, y la efeméride, un día después, del 75 aniversario de la entrada en Barcelona de las tropas franquistas. Enfermizo o lo siguiente, pero cotidiano, habitual, recurrente y significativo. Muy significativo, como los ataques a las sedes de los partidos unionistas. La crispación aumenta en paralelo a la inflamación y el ardor guerrero de Mas. Casualidad o causalidad, el caso es que el nacionalismo jamás ha condenado los ataques contra las sedes de los partidos no nacionalistas, más frecuentes incluso que los llamamientos de Mas a la resistencia y a la movilización, el último desde una catedral. La cruzada catalanista, bajo palio.

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