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Francisco Pérez Abellán

Gallardón, una larga caída

Que nadie se equivoque, porque esto no es un susto accidental, fruto de una casualidad.

El otro día, Alberto Ruiz Gallardón, el pinturero ministro de Justicia, el ministro que ha logrado cabrear a la vez a los jueces de instrucción, jueces decanos, justiciables y ajusticiados, miembros del consejo general del poder judicial y ciudadanos en general, ha repartido tasas injustas y se ha equivocado, incluso cuando ha querido ser clemente y aplicar un indulto, poniendo en la calle a un feroz kamikaze, autor de un homicidio sin disculpa, se cayó por la escaleras de su casa con bastante suerte, porque aunque se dio de morros contra el suelo, sólo se ha roto dos miserables costillas. Mientras arrecian las criticas de los que están en contra de la politización de la justicia, que él ha sublimado, por la ley del aborto, en contra de la ley del menor, a favor de la reivindicación de las víctimas, Gallardón vuela por el aire, hasta caer como una hoja de otoño…

Que nadie se equivoque, porque esto no es un susto accidental, fruto de una casualidad. Esto de que vas a pasear a los perros y te haces un lío con los pies. Se trata de un tropiezo que viene de lejos, no uno que cualquiera da, sino que esta caída es en realidad una muy larga que empezó hace ya bastantes años, un resbalón que empezó cuando dio a los madrileños gato por liebre, después de conseguir que votaran por él y tras gastarse la bolsa entera de los ahorros, convirtiendo la ciudad del chotis en la más endeudada de la tierra. Gallardón viene resbalando desde que decidió trasladar el despacho de alcalde de la Plaza de la Villa al Palacio de Cibeles y amontonar el gasto de millones de euros en un lujo sin par. Un resbalón de capricho que llegó en el peor momento, cuando se agarró a la Botella, la víspera de la crisis, cuando la inacabable caída de Ruiz Gallardón dejó visible que había producido un enorme gasto que ni siquiera él disfrutaría, puesto que dejaba el Palacio de Cibeles prácticamente virgen, con la sala de exposición y la cubierta convertible, el mayordomo que estaba destinado a ponerle el café, para irse a la austera celda del Ministerio de Justicia, donde claramente se vio que allí había ido a pegársela por fin, a aterrizar sobre un suelo de leyes que había estudiado treinta años atrás, pero que jamás había ejercitado, y yacían olvidadas en el duro suelo, donde habría de aterrizar este inacabable salto en el vacío, este resbalón histórico que le suspendió en el aire, desde que terminó la carrera de fiscal, que jamás ha ejercido, demasiado poderoso para seguir siendo amigo de sus amigos. Yo todavía tengo en el contestador telefónico un mensaje de que me debe una, que quiero cobrar, pero que no está por la labor, tal vez porque ya andaba cayendo, cualquier día lo subasto en eBay, todo el cuerpo estirado tras los brazos locos...

Ese cuerpo con aire de tebeo, presidido por una cabeza imaginada por F. Ibáñez, con cierto parecido al camaleón Mortadelo y el pelo del Tebí Arrumi, el médico cristiano, alojado en la 13 Rue del Percebe, predestinado a resbalar desde que su padre, don José María Ruiz Gallardón, decía en los mentideros nocturnos que su hijo Alberto era mucho más de derechas que él, je, je, qué gracia. Gallardón padre a bordo del descapotable con Paco Rabal y Emma Pennella, que estaba de toma pan y moja, mucho antes de Emiliano Piedra, delgada como una bailarina, cuando mi paisano el gran Paco de Águilas se partió la nariz en la autopista de Barajas hasta parecerse a Vito Corleone, sonriendo con la mandíbula rota, entonces cuando se bebía y se fumaba, conduciendo bajo la dictadura de Franco, cuando los políticos no se atrevían a robar por miedo a que el dictador los fusilara...

El ministro de Justicia Alberto Ruiz Gallardón, quizá el peor ministro de Justicia que hemos conocido, que durante un tiempo nos tuvo engañados con despolitizar los tribunales, o aún más, la promesa de ser un gran presidente del Gobierno, hasta que afloró la cultura de narciso, siempre ha sido un tipo echado para alante. Alto, delgado y cabeza de intelectual. Vacilón, seductor, amable, encantador. Prometía, cuidaba, masajeaba, asentía, sonreía. De joven se le daba como a nadie dar propaganda en la boca del metro, cuando se presentaba para las elecciones. Siempre ha aparentado ser un tipo equilibrado, o eso creíamos, porque ha resultado que solo era alguien en equilibrio. Hace unos días se alteró el líquido del oído y se dio un leñazo de padre y muy señor mío. Antes ya tuvimos otro susto, cuando resbaló en el cuarto de baño. No es para tener miedo, porque Gallardón desde que dejó de ser una feliz promesa no ha dejado de resbalar sin fin, caer por una elipse sobre una infernal escalera…

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