Colabora
José García Domínguez

No va a haber ningún referéndum

Irse de España resultaría relativamente sencillo. Marcharse de Europa es absolutamente imposible.

Suena a chiste. Llevan un par de años lloriqueando porque no se les concede el derecho a decidir y deciden privarnos del derecho a decidir a los demás. Así, quienes votasen no a la primera pregunta, la referida al Estado propio, quedarían automáticamente excluidos de poder pronunciarse sobre la independencia en la segunda. En eso consistía, por lo visto, el derecho a decidir: en que solo los nacionalistas pudieran decidir. Y si suena a chiste es porque es un chiste. Está claro que no va a haber ningún referéndum. La prueba reside en que ni ellos mismos se toman el asunto en serio. En toda esta comedia de enredo hay un nudo gordiano que, por evidente, se tiende a olvidar. Y es que quien en verdad garantiza la indisoluble unidad de la nación española no es el artículo 2 de la Constitución, sino la letra pequeña del Tratado de Maastricht.

Irse de España resultaría relativamente sencillo. Marcharse de Europa es absolutamente imposible. Lo primero supondría una aventura; lo segundo, un suicidio. Y Mas no quiere suicidarse. Va de farol. Por supuesto que va de farol. El ingreso en la UE y en la OTAN ha tenido un efecto ambivalente sobre la crónica invertebración nacional española. Por un lado, ha posibilitado que el catalanismo burgués se atreva a juguetear con la fantasía independentista en la certeza de que ya no resultaría factible una respuesta militar a la secesión. (Esa derecha bizarra que aún sueña con la cabra del Tercio desfilando por la Diagonal de Barcelona debería repasar la historia contemporánea de Serbia). Pero, por otro lado, el mercado único se ha convertido en un muro infranqueable que garantiza la pervivencia de la integridad nacional de los Estados miembros mucho mejor que cualquier tanque.

Y, por cierto, eso seguiría siendo así en caso de que el bisoño Junqueras se propusiera emular a Macià y Companys con una declaración unilateral en el Parlament. No, el objetivo último de Mas no es la independencia sino forzar la reforma constitucional que instaure de facto una suerte de soberanía compartida, el viejo sueño de Prat de la Riba y los patricios de la Lliga. Esto es, todas las ventajas de la independencia pero a coste cero, gratis total. De ahí que la acción política del Gobierno a fin de evitarlo deba centrarse más en el resto de España que en Cataluña. Porque a quien hay que convencer de que España es una nación no es a los catalanes, sino al resto de los españoles. Y con urgencia. Hágase, pues. Ya.

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