Lo que quiere Uriarte
Lo que quiere Uriarte, en suma, es hacer el juego a los malos a costa de la humillación de los buenos.
La trayectoria de una parte de la Iglesia en el País Vasco –y decimos una parte en un gesto de inmerecida generosidad– es digna de figurar en una Historia Universal de la Infamia más real y menos hermosa que la que escribió el genial Borges.
Sin embargo, es justo reconocer que en los últimos años la cosa parecía un poco más tranquila, o al menos no tan escandalosa. Eso, hasta que un obispo cerril se descuelga con un rebuzno que, no por ser pronunciado con la cobertura de una mitra o una sotana, deja de ser repugnante.
Por ejemplo, monseñor Uriarte defendiendo este martes que el Estado debe pedir perdón a ETA por "sobrepasarse". Obviamente, el señor obispo no es tan vil, o mejor dicho tan tonto, como para no meter ese rebuzno dentro de un totum revolutum de perdones y desagravios que todo el mundo debe dar y pedir a todo el mundo en el País Vasco; pero lo que queda, porque es lo único que llama la atención y lo único disparatado del discurso, es eso: que el Estado tiene que disculparse ante los asesinos.
La religión católica se basa, y eso es parte de lo más hermoso de su credo, en el perdón. Por supuesto, el Divino para nuestros muchos pecados, pero también el perdón entre los hombres y del ofendido al ofensor. Sin embargo, ese perdón, como el tan escaso arrepentimiento, es un asunto personal, de conciencia y entre individuos. Exigir a un Estado que pida perdón es, como mínimo, ridículo.
Pero lo que quiere Uriarte no es que un Estado pida perdón, sino que lo haga una sociedad, la española, que ha sufrido durante décadas una agresión atroz, despiadada y, sobre todo, terriblemente injusta. Lo que quiere Uriarte es enfangar con perdones el terreno, de forma que todos seamos un poco culpables y, por tanto, no haya verdaderos culpables.
Lo que quiere Uriarte es que se haga algo así como una sentencia contra la Doctrina Parot en las conciencias y que, como en la otra, los asesinos se vayan de rositas.
Lo que quiere Uriarte, en suma, es hacer el juego a los malos a costa de la humillación de los buenos. Y eso, monseñor, no es propio ni de cristianos, ni de curas ni siquiera de obispos; eso es propio de canallas.
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