El suspenso, algo más que una calificación
La exigencia verdaderamente justificada de los padres es la de reclamar la educación que merecen sus hijos; una educación de todos los días y de cada día.
Cada año el Informe PISA nos altera, frustra nuestras esperanzas y nos arrincona en el rincón de las lamentaciones, como si éstas pudieran reducirse a un rincón en el amplio espacio humano, social y laboral. Y es que el fracaso escolar, la insuficiencia y esterilidad de un sistema educativo, materializadas en sus resultados, no puede quedar reducido a un dato estadístico, ni siquiera a la posición que se ocupa en un ranking en el marco de la OCDE. Eso es producto de un antes y se transmiten a un después. En el primer caso estamos hablando de los docentes y en el segundo de los discentes.
La educación exige profesionalismo para la garantía de su ejercicio. No caben los voluntarismos, menos aún los amiguismos, y en ningún caso son admisibles las dudas sobre la función que se pretende ejercer sobre los alumnos y, a través de ellos, sobre la sociedad en su conjunto. Las diferencias entre una sociedad instruida y otra ignorante son bien notorias, percibiéndose en el general comportamiento de sus miembros y, también, en sus habilidades y competencias para comprender y para desarrollar sus capacidades productivas, tanto en el interior de la nación o en el mundo global del siglo XXI.
Una mala educación, además de poder derivar en agresividad social y en violencia, lastra a la sociedad en su propia capacidad para el desarrollo económico y social. El factor productivo más significativo es el factor trabajo. Un factor trabajo que tiene importancia en su cantidad, pero en el que es especialmente relevante la capacidad para desarrollar actividades productivas en el sistema económico.
La educación, desde sus primeros años, es de importancia trascendente para ese fin. ¿Cuándo aprende el alumno el sentido del esfuerzo? ¿Cuándo puede comprender la importancia de su participación en los objetivos comunes de la sociedad? ¿Cuándo tiene que asumir el sentido positivo de la disciplina en los diversos actos de la vida individual y social? Ese edificio educativo, que se construye día a día y ladrillo a ladrillo desde la infancia, ¿puede conducir al fin deseado sin un profesorado competente y entregado a la gran misión que la sociedad le ha encomendado? ¿Cuánto paro actual se deberá a un sistema educativo deficiente para las exigencias productivas del mundo moderno?
¿Puede el profesor que protagoniza una huelga aspirar a transmitir una buena educación? ¿Y si el profesor huelguista, además, se manifiesta acompañado de sus alumnos? ¿En qué piensan los padres cuando se unen a estas reivindicaciones en defensa de intereses privativos y en perjuicio de sus hijos?
En este mundo, en el que la expresión más usada es "exigimos a...", la exigencia verdaderamente justificada de los padres es la de reclamar la educación que merecen sus hijos; una educación de todos los días y de cada día. No hay objetivo de mayor relevancia en la educación. Los directos afectados lo sufrirán y la sociedad también.
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