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Percival Manglano

Conversación en la cafetería: 1-III-2014

–Que no, que no, que esto no puede ser, Mari. Todo el día sacándole los cuartos al ciudadano y diciendo, encima, que es por su propio bien.

–Hola Mari, buenos días.
–Hola Paco. Vaya cara de frío que me traes...

–Ya, maja. Ponme un café calentito, a ver si entro en calor. Y una tostadita con aceite y tomate, como siempre.
–Marchando el café. Ahora, el precio de la tostada ha subido. Te la tengo que servir con una botellita de aceite porque se han prohibido las aceiteras.

–¿Cómo que se han prohibido las aceiteras? ¿Quién las ha prohibido?
–¿Quién va a ser? El Gobierno. Vaya preguntas haces… Dice que así se protege al consumidor y que la calidad del aceite con recipientes no rellenables será mejor.

–Pero si a mí el aceite que tenías en las aceiteras me gustaba. Si no me hubiese gustado, no lo habría tomado. Vamos, ni que me hubieses estado envenenando hasta ahora…
–La duda ofende, guapo.

–Es un decir, Mari. Llevo desayunando aquí desde hace años porque me encantan las tostadas que pones. Yo estaba contento con su calidad. Si hubiese querido un aceite extra ripitifú –y lo hubiese querido pagar–, me habría ido a desayunar al sitio ese de diseño que abrieron en la esquina con luces de colores y unas raciones que casi no se ven en los platos.
–Ya. Ese no ha tenido que cambiar los precios de su carta. Bueno, ¿te pongo la tostada o no?

–¿Y las tazas de café también deberán ser no rellenables? ¿Y los platos y cubiertos del menú no reutilizables? Porque, claro, imagínate que se lavasen mal y me pudiese dar algo.
–No des ideas, Paco, no des ideas.

–Y, encima, hacen esto después de habernos subido los impuestos y de que hayan bajado los salarios, para el que tiene trabajo, claro. Pues vaya forma de proteger al consumidor sacándole el dinero del bolsillo…
–Tienes las mejillas más coloradas que cuando entraste, Paco. Déjalo estar o te va a sentar mal el desayuno.

–Que no, que no, que esto no puede ser, Mari. Todo el día sacándole los cuartos al ciudadano y diciendo, encima, que es por su propio bien. ¡Sabré yo lo que es mi propio bien! Vamos, lo va a saber un político mejor que yo… Como si poder elegir lo que quiero fuese peor para mí que no poder hacerlo. Es como cuando quisieron reducir el tamaño de las hamburguesas

–Mira, Paco, hay que ser prácticos. Si quieres, te sirvo la tostada al precio antiguo poniendo yo el aceite de la botella de la cocina, que esa aún no me la han prohibido. Esto me supone más trabajo por el mismo precio de antes pero te lo hago porque eres amigo.
–Pues ¿sabes qué te digo? Que no. No veo por qué tienes que ser tú la perjudicada de esto. Se me han quitado las ganas de tomarme la tostada. Ponme mejor unos churritos.

–Vale, Paco, pues una de churros.
–Vaya hombre, con la tontuna esta, se me ha enfriado el café…

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