Los Mossos y la porra de medir
No se sabe si es Mas quien controla a los Mossos o son los Mossos quienes tienen pillados hasta las trancas a los políticos.
Casi un mes ha tardado el consejero catalán de Interior en apartar del servicio a los ocho agentes, ocho, de los Mossos d'Esquadra implicados en la detención de Juan Andrés Benítez. Fue en la madrugada del 6 de octubre y Benítez, más que detenido, se fue a morir en brazos de los agentes de la policía autonómica. Pero eso no ha sido noticia hasta que una juez ha decidido imputar a los agentes tras el análisis de las decenas de vídeos y fotografías que los vecinos registraron del incidente y de los que se deduce, como mínimo, que los mossos que rodeaban a este ciudadano no le estaban practicando tareas de reanimación. Más bien, todo lo contrario. Aquello era en realidad más parecido a una partida de robocops apaleando a un vagabundo negro en un suburbio de Detroit.
Durante todo este tiempo, el consejero del ramo de los mossos, un tal Espadaler, democristiano del sector moderado de Duran, no había tenido la más mínima necesidad de justificar el asunto, ni se le había planteado la ocasión de abrir investigación interna de ninguna clase. Sólo la aparición de un informe elaborado por la Policía Nacional a petición de la juez del caso motivó que Espadaler saliera la víspera del Día de Difuntos, hace tres días mal contados, a quemarse la mano por sus muchachos ante las calumnias de los grises. En rueda de prensa, y asistido o vigilado por dos maderos autonómicos, se dedicó el consejero a teorizar sobre la falta de credibilidad de la "policía estatal", y más ahora, en plena fase de liberación nacional catalana. Calumnias. Mientras sus agentes se habían atenido en todo momento a las "buenas prácticas" policiales, en el Matrix catalán la Policía Nacional y la Guardia Civil son los herederos directos de los autores del Crimen de Cuenca.
Tampoco es que el asunto preocupara lo más mínimo a sus señorías del bloque del "derecho a decidir" y, desde luego, no eclipsó el debate sobre las consecuencias y el alcance de un editorial de La Vanguardia. No obstante, hay pocas dudas sobre lo que habría pasado si el incidente hubiera corrido a cuenta de las fuerzas represoras del Estado. Lo que ahora parece un extraño caso de "exceso de celo" sería una prueba irrefutable de la brutalidad española, policial en ese caso. Más que de la vara, se trata de la porra de medir, lo que traducido al sistema mediático catalán consiste en quince artículos contra el maltrato animal y los toreros tuertos por dos sobre la paliza a Benítez, y uno de ellos más dedicado a sugerir costumbres extrañas y dedicaciones sombrías del difunto (del que dicen que era "empresario del Gay Eixample", el barrio rosa de Barcelona), que a lo de que estaba vivo y luego ya no.
Ha tenido que mediar la imputación judicial de los ocho agentes identificados en la melé para que, además de ser una noticia imposible de camuflar por más tiempo, estos individuos hayan sido suspendidos de sus funciones, una medida cautelar que Espadaler, ya sin la escolta policíal, justificaba ante los medios por la gravedad de los delitos que podrían haber cometido los mossos, contra la vida, la integridad moral, de coacciones y, como propina, el de obstrucción a la justicia, puesto que trataron de requisar los móviles de algunos vecinos y borrar las huellas de sangre del pavimento. Con semejantes cargos sobre sus subordinados, Espadaler ha corrido a desentenderse del marrón, no fuera caso que acabe también imputado. Por listo, por ciego, por encubridor o por los delitos contra la inteligencia que perpetra cada vez que abre la boca para referirse a este asunto.
En el caso de los Mossos d'Esquadra, llueve sobre mojado, hasta el punto de que no se sabe si es Mas quien controla a los policías o son los policías quienes tienen pillados hasta las trancas a los políticos. En ambos casos, se oscila entre lo malo y lo peor, entre el Estado policial -propio, eso sí- y la policía política, lo que también es un instrumento de Estado, sí señor. Aún se niega en Convergència y en Unió (con el apoyo de ERC, por cierto) que Esther Quintana perdiera un ojo de un pelotazo lanzado por un mosso, desgracia en la que median informes forenses, de balística, vídeos, fotografías, testimonios presenciales e incluso la lógica. O sea, lo de ver una colilla en el suelo y decir: "Aquí han fumado". Pues no. Según Espadaler y según su antecesor, el más conocido Felip Puig, no está claro que el pelotazo fuera autonómico. ¿Y si fue una pedrada?, alegan.
Todo es más extraño, si cabe, cuando se tiene a los Mossos d'Esquadra por una policía modélica, capaz de pastorear grandes manifestaciones sin el más leve incidente, lo más parecido a la Guardia Suiza en espardeñas. Sin embargo, y puestos a elegir, lo mismo el infortunado Benítez hubiera decidido que en vez de las camisas azul claro de los mossos se le hubieran echado encima un par de tipos con tricornio. A lo mejor hasta podría contarlo.
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